8 de mayo de 2014

Las viudas de los jueves

Ayer terminé de leer “Las viudas de los jueves” de Claudia Piñeiro. (El año pasado había leído “Elena sabe”, de la misma escritora) [link]
Me gusta como escribe Piñeiro, claro que no se trata de literatura de alto vuelo, pero creo que tiene una sensibilidad especial a la hora de componer los personajes de sus novelas.
Aquí, en “Las viudas de los jueves”, Piñeiro desnuda la intimidad de un grupo de personas que viven la vida detrás de una máscara. Viajes, barrio con parque y piscina, servicio doméstico, y mucho tiempo dedicado a guardar las apariencias. No son ricos, pero pretenden vivir como si lo fueran, y allí es donde revelan sus peores miserias.
Escribe lindo Piñeiro, es una buena contadora de historias. Tanto, que siempre en algún punto del relato, te deja con un nudo en la garganta. 


Mariana entró en la ducha y se quedó bajo el chorro de agua hasta que la modorra empezó a ceder. Cuando salió del baño envuelta en una toalla, Antonia ya había regresado de llevar a los chicos al colegio, había limpiado su cuarto y dejado una bandeja con su desayuno sobre la mesa de luz. Evidentemente estas mujeres tienen otro biorritmo, pensó Mariana, son mulas de carga. Y se tiró otros cinco minutos sobre la cama.
Antonia se agachó a levantar del piso la remera de spandex y piedritas brillantes que Mariana había usado la noche anterior y notó que tenía un pequeño agujero. “Señora, ¿usted vio esto? Mariana se acercó e inspeccionó la remera. “Parece una chispa”, dijo Antonia. “Esto fue por el cigarrillo de algún pelotudo. Cien dólares chamuscados en una postura…” Mariana devolvió la remera al bollo de ropa sucia que llevaba Antonia y se empezó a desenredar el pelo, Antonia inspeccionó el pequeño agujero debajo de la axila. “¿Quiere que trate de zurcirla?”, dijo con timidez. Mariana la miró. “¿Alguna vez me viste usar algo zurcido?
Antonia salió y fue al lavadero. Estaba contenta. Cuando Mariana dejaba de usar alguna ropa se la regalaba, y esa remera era mucho más de lo que hubiera soñado regalarle a su hija en su próximo cumpleaños. La revisó antes de lavarla a mano. Sobre la tela negra, las piedritas brillantes formaban círculos concéntricos que casi la mareaban. Estaban todas las piedritas, intactas, y con dos puntadas el agujero desaparecería.
Cuando la remera cumplió su ciclo de lavado y planchado, Antonia la subió al vestidor de Mariana, la dobló y la dejó en el casillero de las remeras negras. Sabía que pronto sería suya, ojalá antes de que Paulina cumpla años, pensó, pero no podía tomarse el atrevimiento de quedársela sin que su patrona se lo permitiera.
Unos días después Mariana recibió a tres vecinas a tomar el té. Las mujeres manejaban, entre otras cosas, el comedor infantil que estaba a unas cuadras de la entrada de Altos de la Cascada. “Las Damas de los Altos” se hacían llamar, y estaban organizando una fundación. “Lo que más necesitamos son zapatillas, si no, cuando llueve, la mitad de los chicos no viene a comer porque no pueden pasar por el barro descalzos, ¿vos podés creer?”, dijo la que había elegido té de mango y frutilla. “Qué increíble…” dijo Mariana, mientras Antonia le alcanzaba una tetera con más agua caliente. “Gracias Antonia, por ahí está bien”, le indicó a la empleada parada junto a ella con el agua de recambio para la tetera.
Pasaron unos días y una mañana, cuando Antonia entró en el cuarto de Mariana, encontró sobre el baúl, al pie de la cama, una pila de ropa doblada. La segunda prenda empezando de abajo hacia arriba, era la remera negra con piedritas brillantes. El resto era ropa de Mariana y de los chicos, en desuso, y dos remeras de golf de Ernesto, descoloridas por el sol. “Poneme esa ropa en una bolsa que la va a pasar a buscar Nane Ayerra”. Antonia no entendió, no era lo que Mariana solía hacer con su ropa en desuso, siempre le daba todo a ella para que lo llevara a Misiones y lo repartiera con la familia. “¿Sabés quién es Nane, no? Esa rubia mona que estuvo tomando el té el otro día”. Antonia asintió aunque no sabía, ni escuchaba, ni entendía por qué, esa remera que era casi suya iba a terminar en manos de una rubia mona. Si una señora como esa tampoco usaría ropa zurcida. No se atrevió a preguntar, buscó una bolsa y metió todo adentro. Cuando estaba por salir del cuarto, Mariana la detuvo. “Ah, y si querés, el viernes al mediodía en la casa de Nane, hacemos una feria americana para juntar fondos para el comedor infantil. Es una feria exclusiva para empleadas domésticas, así que quedate tranquila, que van a ser precios muy convenientes. Todos, con mucho o poco, tenemos que ser solidarios, ¿no te parece?” Antonia asintió, pero no sabía si le parecía, porque mucho no había entendido. O no había escuchado, sólo pensaba en la remera negra de brillitos. A lo mejor se la podía comprar. “Precios convenientes” había dicho la señora. Ella no sabía que eran “precios convenientes”. Hasta diez, ella podía. O hasta quince, porque la remera era muy fina, la señora la había comprado en Miami, y con dos puntadas el agujero ni se vería.
Hasta que llegó Halloween. Mariana había comprado caramelos para darles a los chicos que golpearan la puerta esa noche. Para las nueve ya habían pasado tres grupos. A las nueve y cuarto tocaron el timbre otra vez. Antonia fue a atender, con la orden de repartir los caramelos que quedaban y despacharlos. A Mariana no le gustaba que interrumpieran a la hora de la cena. Del otro lado se encontró con un grupo de nenas que bajaban de un coche que manejaba Nane Ayerra. Nane también se bajó y le dijo a Antonia que llamara a la señora. Se lo tuvo que decir dos veces porque Antonia, inmóvil, no podía hacer otra cosa que mirar a la hija de Nane, una nena de unos ocho años disfrazada de bruja, con uñas plateadas, colmillos filosos, un hilo de pintura roja corriendo desde su boca, que llevaba puesta una pollera negra larga hasta el piso, y la remera de piedritas brillantes que había sido de su patrona. “Te quería mostrar esto”, le dijo Nane a Mariana cuando esta se asomó. “¡No te creo, es mi remera!” (Antonia dijo: “Si, es”, pero nadie la escuchó). “Viste como son las chicas a esta edad, la vio cuando acomodaba las cosas para la feria y se encaprichó que la quería para la Noche de Brujas, así que la saqué de la venta. Pero ella sabe que después de Halloween me la tiene que devolver, ¿no?”. La nena no contestó, seguía cargando su canastita con los caramelos de la bolsa que Antonia sostenía. “La dejo que se saque el gusto y en la próxima feria la pongo a la venta”
Antonia estuvo todo el tiempo parada allí, mirando la remera. Contó cinco piedritas brillantes que faltaban en los círculos concéntricos. Pero por suerte no era en lugares muy destacados, dos en un costado, casi llegando a la costura, dos cerca del dobladillo, y una debajo del busto. Le dio pena, porque antes no le faltaba ninguna. Aunque así, con menos piedritas, en la próxima feria iba a estar más “conveniente”, como decía su patrona. La mercadería fallada, siempre vale menos, pensó.

Las viudas de los jueves – Claudia Piñeiro

10 comentarios:

  1. Al principio uno puede sentirse mal por el personaje equivocado... pobre Mariana!

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    1. Y si, tenés razón, pobre Mariana. Si ni siquiera tiene la culpa de ser como es. Ella es el producto lógico, y hasta previsible, de la sociedad de mierda en que vivimos... Y hay tantas Marianas, lamentablemente...

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    2. Si además es INFELIZ, con todo lo que significa esa palabra... cuando uno se contra en TENER se pierde de SER

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    3. Hay que tener cuidado, yo cuando veo venir a una "rubia mona", me cruzo a la vereda de enfrente... No sea que me contagie la infelicidá :p

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  2. ¡Hola Dan!
    Me ha parecido interesante la descripción del libro, desde luego que yo también conozco algunas personas que intentan constantemente aparentar algo que no son, y ¡esa es su mayor carencia!

    Un beso

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    1. Hola!
      La novela es interesante. Y también ayuda a reflexionar un poco sobre las propias carencias. Vamos, que de aparentar nadie se salva... Lo grave -y ese es de alguna manera el tema que intenta abordar la autora- es cuando "aparentar" se transforma casi en el único objetivo en la vida.
      Beso!

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  3. uy loco ya me atrapó y ahora lo voy a tener que leer! no podés jugar así con el hambre literario de la gente!
    abrazo :)

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    1. Jajaja! Te doy de comer y encima te quejás? :p
      Beso!

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  4. Yo de pura contrera hago al revés, soy super archi ultra millonaria (?) y hago de cuenta que me conformo con lo justo. Para desorientar vio.

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    1. Pero eso no desorienta... Es lo mismo... Aparentás, pero al revés :p

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