30 de abril de 2013

Infanticidio


Nunca sabes cuándo vas a abandonar la infancia. Saldrás de ella, eso es seguro, pero nadie te advierte del momento y el modo en que lo harás. Yo dejé de ser niño el día, desafortunado, en que abrí la puerta de la habitación de mis padres diez minutos antes de lo recomendable. Tenía nueve años y los zapatos gastados de perseguir sueños. Una breve mirada al hábitat hostil de los adultos me desgarró el mundo almidonado de mis Madelman. Me quedé mirando sin entender, con las rodillas llenas de heridas frescas, fragantes de vida, heladas en el gesto de la carrera. Sólo quería decirle a mi madre que había marcado el gol gracias al cual había ganado mi equipo. Hoy era el héroe. Ya nunca más el último a quien elegían.
Recuerdo la penumbra viscosa de la habitación tras la puerta cerrada, su poderosa llamada atrayéndome. En casa nunca se cerraban las puertas. Papá lo prohibía. Pero Papá no estaba en casa a esa hora. Abrí a la carrera, todavía fresco y despreocupado, acelerado en el latido que luego se convirtió en eterno en mi boca. Entré casi gritando el nombre de mi madre, y en la confusión inicial lo primero que fijó mi mirada fue su expresión de espanto. Luego noté el calor de los cuerpos, un olor acre, mezcla de sudor reciente y de algo no asimilado hasta algunos años más tarde como el aroma del sexo. Primero fue la poca luz, luego el rostro asustado de mi madre; más tarde el intenso perfume de los efluvios corporales; y sólo después la espalda musculada, las nalgas blanquísimas, como de gelatina, el perfil reconocible, los ojos ofuscados de mi tío.
El tiempo pareció detenerse. O al menos se paró para siempre en mi memoria; el recuerdo de los segundos larguísimos, extensos y pegajosos como un chicle, las imágenes secuenciadas de esa tarde criminal. Mamá se quedó perpleja, incapaz de articular una palabra; paralizada en el gesto de cubrir con la sábana la desnudez del amante, su propio pecho enardecido; la teta con la cual me había amamantado a mí cuando sólo era desvalimiento, y que desde ese día sólo puedo identificar con la lascivia traicionera de la mujer. Nunca más la madre. Ella se congeló en ese gesto y fue mi tío quien me gritó que saliera de la habitación, que nunca más abriera una puerta cerrada sin pedir permiso. Que ya no era un niño.
Ahí empecé a dudar si una parte de mi tiempo se había terminado.
Más tarde fue él quien se sentó frente a mí y, con el gesto deliberadamente endurecido, me reprendió con cruel severidad. “No contaremos a nadie lo que has hecho para no disgustar a tu padre, a los abuelos. Ellos te consideran un niño ejemplar y nosotros no queremos que dejen de pensarlo; ya no podrían quererte igual. Te guardaremos este secreto y trataremos entre todos de olvidarlo cuanto antes. Le has hecho mucho daño a tu madre, ahora ella está muy disgustada contigo. Confío en tu capacidad para meditar sobre esto; has de poner mucho de tu parte si quieres conseguir su perdón pronto”. Y se marchó, dejando tras de sí una estela de perfume reciente y acusador.
El resto de la tarde el silencio se solidificó en la casa, convirtiéndola en una densa sucesión de estancias apenadas. Mi tío se marchó dando un portazo y mi madre se recluyó en sus tareas diarias sin dirigirse a mí, casi como si la falta me hubiera convertido en invisible. Cuando me llamó para la cena, el timbre de su voz era neutro, algo doliente, supuestamente ofendido. Ante mi padre actuó con normalidad, interesándose en las minucias de su trabajo, que siempre rechazaba por tediosas. Nada más terminar la comida del plato, me mandó a dormir, antes de hora, sin explicaciones ni tregua, con un gesto un tanto displicente. Como si realmente hubiera tenido la culpa de algo distinto del asesinato, violento y accidental, de mi infancia.
Luego, en la cama, fui consciente de todo lo sucedido. A la culpa, intensa y dolorosa, injertada en el alma por la agresión de mi tío, le siguió el asco, una clarificadora sensación de repugnancia. Durante horas me persiguieron las nalgas acusadoras del hombre, su palidez enfermiza, la falta de pudor con la cual las había exhibido ante mis ojos alucinados. Hacia el amanecer de mi primera noche de insomnio fue la pena la que se apoderó de mi mente. Progresivamente fue anegando las exclusas de mi cerebro, inundándolas de una atroz sensación de pérdida. Fue entonces cuando entendí lo que había sucedido esa tarde; un infanticidio, el mío propio, el de mi niñez antes feliz; la muerte del tiempo de las ansias algodonadas, incapaces de regresar de nuevo después de esa jornada tristísima. Me detuve en la contemplación de las estanterías repletas de muñecos y juegos, y los sentí como algo extraño; los miraba con cariño por las horas de diversión y entretenimiento brindadas durante años, pero también, y eso era lo nuevo, con la nostalgia que nos provocan las viejas ropas apolilladas, recuperadas del arcón familiar con un retraso de años o siglos. Eran juguetes, nunca más mis juguetes. Estaban en el cuarto de un niño, nunca más en mi cuarto. Pertenecían al hijo de una mujer, nunca más mi madre. Y los observaba un adulto incipiente, recién germinado, emergido desde el huevo quebrado, pero con tiempo suficiente para mirar a los ojos a la crudeza de la vida de los mayores.
A la mañana siguiente vestí mis primeras ojeras; estrené mi hermetismo actual. Y escribí las líneas inaugurales de un diario que nunca he de terminar.

Víctor Charneco

13 de abril de 2013

También los jóvenes envejecen


También los jóvenes envejecen 
también los pájaros enloquecen 
también la vida, te da y te olvida 
también me gusta, lo que me aprieta 

Que yo no pueda olvidar tu ojos 
no es culpa mía, ni del antojo 
lo inacabable, comienza en un día 
lo intolerable, también se enfría 

Lo que prospera también fracasa 
lo que se eleva algún día baja 
no deja huella el buen caminante 
y lo que se atrasa, va pa’ adelante 

Si apareciera el dios que nos guía 
sería un mago, sería un druida 
sería un poeta, un analfabeta 
sería el agua, que corre quieta 

También los pobres tragan saliva 
también la historia está bien podrida 
también hay libros, que no se editan 
y hay cosas largas, que son cortitas 

También se aplaude lo que molesta 
los miserables hoy tienen fiesta 
lo militar es pornografía 
y si a mí me callan, también se oiría 


Liliana Felipe



2 de abril de 2013

Almost blue

“Coquetear con el desastre me hizo esto que soy
el imbécil que siempre me propuse ser”




Almost blue
Almost doing things we used to do
There's a girl here and she's almost you
Almost all the things that your eyes once promised
I see in hers too
Now your eyes are red from crying

Almost blue
Flirting with this disaster became me
It named me as the fool who only aimed to be

Almost blue
Its almost touching it will almost do
There's a part of me that's always true... always
Not all good things come to an end now it is only a chosen few
Ive seen such an unhappy couple

Almost me
Almost you
Almost blue