24 de diciembre de 2012

¡Feliz Navidad!


Ayer fui a una fiesta, no tenía nada más interesante que hacer, así que me quedé hasta el final. Ya estaba amaneciendo... 
Se prendieron algunas luces, la música histérica que se escuchó durante toda la noche dejó de sonar, para dar paso a algunas canciones lentas. 
Una manada de zombies ojerosos intentaba mover los pies hacia la salida, el piso tapizado de vasos de plástico, un intento tardío de “levante” en algún rincón... 
Es raro ese espacio de tiempo que transcurre entre el final de una fiesta y el hecho de que todos por fin se hayan marchado, es como una especie de limbo. Mientras intentaba encontrar mi lugar en esa “nada”, algo llamó mi atención en la pantalla gigante, un video, que terminé de ver con los ojos llenos de lágrimas.
Ojalá algún día sea posible.

¡Feliz Navidad!


16 de diciembre de 2012

¡Felices Fiestas!


¡Felices Fiestas para todos! 
(Si es que todavía queda alguien visitando este blog)


El calendario Maya, era la única decoración en la sala de espera del consultorio de la Dra. Mondino, la pediatra a la que mi madre me llevaba cuando era chico. Tengo el recuerdo de sentirme muy intrigado en aquella época de mi vida -entre fiebres y ganglios inflamados- por esa piedra redonda llena de glifos que colgaba de una de las paredes del consultorio. (Fui un chico curioso, me gustaba desarmar los juguetes, quería saber que tenían adentro).
Ya en la adolescencia -tal vez  motivado por aquella intriga en mi niñez- pude saber sobre el significado de un tzolkin, de un haab, y qué representaba cada glifo en el calendario. (Ya sé lo que están pensando, lo puedo confirmar, nunca tuve mucho éxito con las chicas en los bailes de secundaria).
Hace ya unos años, todo el mundo comenzó a comentar sobre las profecías y el tan temido fin del mundo, que según el calendario Maya, sucederá el 21 de diciembre de 2012. La verdad es que a pesar de la curiosidad que siempre me despertó el calendario, nunca presté demasiada atención a todos esos pseudo investigadores y pseudo científicos que hablan sobre el apocalipsis. Tengo cosas más importantes en que pensar, Messi está empezando a meter en la selección Argentina, los mismos goles que mete en el Barcelona.
Pero la semana pasada sucedió algo que me dejó preocupado: “La NASA salió a desmentir el fin del mundo”… Y me surgieron algunas preguntas ¿Qué necesidad hay de salir a desmentir algo que no va a suceder? ¿Si éstos de la NASA se ocupan de eso será porque están preocupados? ¿Nos estarán mintiendo para que nos entreguemos mansamente a lo inevitable? Justo ahora que Messi…
Por lo pronto, ya tengo reservado dos kilos de helado para el 21, sería una desgracia que el fin del mundo me sorprenda sin Chocolate Bariloche y sin Dulce de Leche Granizado.

Post Data: Estuve desaparecido un buen tiempo, seguramente el año que viene volveré a molestar por aquí otra vez. (Si es que la NASA tiene razón).



27 de julio de 2012

El ogro y la bruja

Conozco esta canción desde hace tiempo y me gusta mucho, la semana pasada vi este video y la verdad es que me encantó. Y aunque está hecho en Paint y el propio autor dice que es malísimo, creo que logró captar con mucha ternura el espíritu de la canción… (Se aceptan críticas, insultos, y comentarios sobre mi inmadurez mental :P)


Ella era, una bruja fatal
su hermosura y su soledad
Caminaba en la niebla sin ver
que un ogro muy triste la seguía
Este amigo tarareaba una canción
y la bruja ocultaba su emoción

En los cuentos de hadas
las brujas son malas
y en los cuentos de brujas
las hadas son feas"
Así decía la canción
que el ogro cantaba

En el bosque, un día de sol
se encontraron frente a frente los dos
Le clavó su mirada la bruja malvada
para ver si podía con su magia ahuyentarlo
pero el ogro sonriendo y cantando
el hechizo rompió
la tomó de la mano, las lechuzas callaron
se miraron un rato largo
y la bruja y el ogro se amaron bajo el sol

En los cuentos de hadas
las brujas son malas
y en los cuentos de brujas
las hadas son feas"
Así decía la canción
que el ogro cantaba

No hay mejor brujería que el amor

Rubén Goldín


23 de julio de 2012

Muy lejos

Mintiendo puedes llegar muy lejos…
Muy lejos de las personas que te quieren
Muy lejos de tu corazón
Muy lejos de la realidad

16 de julio de 2012

El hombre de los ojos hermosos


Cuando éramos niños, había una casa extraña. Siempre tenía las persianas echadas y nunca oíamos voces dentro.
El jardín estaba lleno de bambú. Nos gustaba jugar en el bambú. Jugábamos a ser Tarzán, aunque no había ninguna Jane.
Y había un estanque muy grande con los peces de colores más enormes que haya visto. Y estaban domesticados. Venían a la superficie del agua y comían trozos de pan de nuestra mano.
Nuestros padres nos habían dicho: "Jamás se acerquen a esa casa". Así que, claro está, íbamos… Y nos preguntábamos si alguien vivía allí…
Pasaron semanas sin que viéramos a nadie. Y un día oímos una voz desde la casa: “¡Maldita puta!" Era la voz de un hombre.
Entonces se abrió la puerta mosquitera de la casa y el hombre salió. Llevaba en la mano una botella de Whisky. Tenía unos treinta años. Llevaba un puro en su boca. Iba sin afeitar. Su pelo estaba revuelto y despeinado e iba descalzo, en camiseta y calzoncillos. Pero le brillaban los ojos, llameaban de luminosidad, y dijo: "Hola caballeritos, lo están pasando bien, espero." Luego soltó una risita y volvió a entrar en la casa.
Nos fuimos, volvimos al jardín de mis padres y pensamos en ello. Decidimos que nuestros padres no querían que fuésemos allí porque no querían que viésemos jamás un hombre así. Un hombre fuerte y natural, con ojos hermosos. A nuestros padres les daba vergüenza no ser como ese hombre, por eso no querían que nos acercásemos.
Pero volvimos a la casa, con el bambú y los peces domesticados. Fuimos muchas veces durante muchas semanas pero nunca volvimos a ver u oír al hombre. Las persianas estaban echadas, como siempre y todo estaba en silencio.
Entonces, un día al volver del colegio, vimos la casa.
Había ardido. No quedaba nada, sólo los cimientos humeantes, negros y retorcidos. Nos acercamos al estanque y no quedaba agua en el, y los grandes peces naranjas estaban allí muertos, secándose.
Volvimos al jardín de mis padres y hablamos de ello. Y decidimos que nuestros padres habían quemado la casa. Los habían matado. Habían matado los peces porque eran demasiado hermosos. Hasta el bosque de bambú había ardido. Habían tenido miedo del hombre de los ojos hermosos.
Y entonces tuvimos miedo de que durante nuestras vidas sucedieran cosas así. De que nadie querría que otra persona fuese fuerte y hermosa de esa forma, de que los demás no lo permitirían, y de que muchas personas tendrían que morir.

Charles Bukowski

13 de julio de 2012

Ayudame a mirar

La función del arte

Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.
Viajaron al sur.
Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando.
Y cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
- ¡Ayudame a mirar!

Eduardo Galeano - El libro de los abrazos


Play:  

7 de julio de 2012

Cualquier tren a ningún lado


Tengo una luna muerta en el bolsillo
una rana de acero en el llavero
la foto canalla en la medalla
y el autógrafo de los poetas muertos


Mi relación con el mundo es muy extraña
me resisto a perder lo que imagino
doy cansancio a los que no descansan
y alivio al que pide desatinos


Tengo la cruz del sur en una uña
para recordar que todo lo que crece muere
es tan obvia la cita con la parca
como imposible el amor con mil mujeres


Pensaba escribirte en los cristales
de todas las carteleras de los cines
y me quedé penando en el espejo
en este baño de leyendas con orines


Detesto a los payasos y a los mimos
cuando se burlan del sueño milenario
la alegría y el gesto son ficciones
para huir del terror al calendario


Todo debo agradecerte vida viva
me diste un tercer ojo hecho de clavos
ya amanece está sonando la campana
y me tomo cualquier tren a ningún lado



Letra: Adrián Abonizio / Música: Sergio Sainz



Play versión en estudio 


6 de julio de 2012

No consumo culpas

El sentimiento de culpa es una trampa de la mente. Uno es culpable o no lo es.
Si sientes culpa por algo que no hiciste, es que alguien está ejerciendo su poder para mortificarte. Generar culpa es una de las manipulaciones más sutiles. Si a uno le dicen que es malo, termina por creerlo y al final lo es.
Escucha a los que te quieren y no a quienes te necesitan. Aléjate de los que dicen que no eres normal. Y cuando digan que estás loco, contéstales que lo que buscas, es que te traten bien.
Confía solamente en aquellos que te darían un abrazo. Al resto mantenlos alejados en hechos y en palabras. Y aunque se reduzca el número de personas que dicen quererte, los que queden, serán suficientes.

Hugo Finkelstein  

28 de junio de 2012

El egoísta

"Un espejo no improvisa, no se toma libertades.
Un espejo copia, imita, se enamora de su modelo y eso es todo"



En realidad es muy simple, sólo pienso en mí. Todo lo que me interesa en este mundo, está de algún modo relacionado, más o menos íntimamente conmigo. Adoro empezar las oraciones con la palabra YO. YO es como un exquisito postre, lo saboreo lentamente, consintiendo a mi paladar, a mi lengua…
Lo que me interesó de esta mujer, fue su parecido físico conmigo, me vi en ella como un espejo humano que se mueve, habla, me sigue. Que fascinante fue reconocer mi rostro sobre el cuerpo de una mujer. Inmediatamente, me enamoré de mí…
Me llevé bien conmigo, bueno, hasta el accidente…
El YO ya no servía, excepto para decir: YO tengo mucho dolor. El dolor me superaba y ocupaba todo el lugar, en el accidente perdí la mitad de mi rostro... Finalmente el dolor desapareció…
El YO volvió a ocupar su lugar habitual en mi boca: YO tengo calor, YO tengo hambre, YO estoy cansado, YO estoy bien. Todo había vuelto a la normalidad y sin embargo no todo estaba bien, ya no podía vivir así conmigo. En realidad es muy simple, su suave rostro observándome, aunque ya no se veía como el mío, se parecía tan poco a mí que comencé a odiarla. Un espejo no improvisa, no se toma libertades. Un espejo copia, imita, se enamora de su modelo y eso es todo.
En cualquier caso, en realidad es muy simple, después de eso, volví a enamorarme de mí mismo inmediatamente…

Alain Gagnol  - Jean Loup Felicioli

24 de junio de 2012

Lunares

Él quiso probar las frutas exóticas
Y se adentró en una selva de flores desérticas
Le guiñó una niña de perfil
De pechos dulces y de rojo carmín
Y al fondo la lluvia del mes de Abril

Planetas oscuros poblaban su máquina
Su mejor receta era pasar la página
Se fue hacía él le dijo
Ya estoy aquí, yo soy Lunares
Y él no supo que decir
Y al fondo la lluvia del mes de Abril

Quítame el fuego del alma, quítamelo
Abre tu puerta Lunares y guárdalo
Déjame comprarte tu cariño
Deja que me salgan sin permiso por mi boca
Tus lunares por mi boca

Él quería quererla a la forma clásica
Y ella había sudado su vida entre sábanas
Él vio mil noches sus lágrimas salir

Ella encontró un corazón que compartir
Y al fondo la lluvia del mes de Abril

Olvida mis hombres, mi vida, mi tránsito
Tu eres mi clientela, mi sombra, mi pálpito
Si tú me quieres busca un cielo para mí
Y llévate estos lunares junto a ti
Lejos de la lluvia del mes de Abril


23 de junio de 2012

El cantor de tango

Ayer terminé de leer “El cantor de tango” de Tomás Eloy Martínez. Por algún motivo que desconozco, hay libros que me obligan a leer con desesperación; puedo dejar de comer y de dormir si es necesario, con tal de acabar una historia. Pero hay libros que necesitan tiempo, que imponen pausas, que invitan a ser digeridos lentamente. Y ese fue el caso de “El cantor de tango”; me llevó más de un mes terminar de leerlo, de disfrutarlo, de deshojarlo. La historia transcurre en Buenos Aires, desde la mirada de un extranjero que llega a la ciudad, en busca de un mítico cantor de tangos. Un cantor que tal vez existió -o existe- pero que se ha perdido en el laberinto de una ciudad abrumadora. Y es ella, la ciudad, la protagonista de la historia…
Hoy caminaba por la Avenida Rivadavia, una madre se detuvo y señaló hacia arriba, le dijo a sus dos hijos pequeños: - ¡Miren que linda luna! Levanté la vista y una media luna perfecta -enorme- se dejaba ver entre los edificios, como pintada sobre el cielo del atardecer. A veinte metros de distancia dos policías intentaban resucitar a un hombre que había sufrido un infarto, los labios morados, la mirada ausente de un cadáver. Seguí caminando con un nudo en la garganta. Otra vez la ciudad la protagonista de la historia….




"Habría querido decirle a mi amigo que, como extraños a Buenos Aires, él y yo éramos quizá más sensibles que los nativos a su hermosura. La ciudad había sido erigida en el confín de una llanura sin matices, entre pajonales inservibles tanto para la alimentación como para la cestería, a orillas de un río cuya única gracia es su anchura descomunal. Aunque Borges trató de atribuirle un pasado, el que ahora tiene es también liso, sin otros hechos heroicos que los improvisados por sus poetas y pintores, y cada vez que uno toma en las manos cualquier fragmento de pasado, lo ve disolverse en un monótono presente. Siempre fue una ciudad en que abundaban los pobres y se debía caminar a saltos para esquivar las cagadas de perros. Su única belleza es la que le atribuye la imaginación humana. No está rodeada por el mar y las colinas, como Hong Kong y Nagasaki, ni la atraviesa una corriente por la que han navegado siglos de civilización, como Londres, París y Viena. Ningún viajero llega Buenos Aires porque está de paso en el camino hacia otra parte. Más allá de la ciudad no hay otra parte: a los espacios de nada que se abren al sur ya los llamaban, en los mapas del siglo XVI, Tierra del Mar Incógnito, Tierra del Círculo y Tierra de los Gigantes, que eran los nombres alegóricos de la inexistencia. Sólo una ciudad que ha renegado tanto de la belleza puede tener, aún en la adversidad, una belleza tan sobrecogedora." 

14 de junio de 2012

Fool's gold

No sé si será la gripe, o la fiebre… Pero después de tres días seguidos, de despertarme cantando esta canción creo que se merece una entrada…

 …no te voy a preguntar a donde vas
no te comuniques conmigo, no te voy a extrañar mucho
excepto algunas veces, temprano por la mañana…



Fool's gold 

You told me that you'd stay with me
And shelter me forever
That was a hard promise to keep
I can't blame you for the bad weather

After all that has been said and done
I won't ask you where you're going
Don't keep in touch, I don't miss you much
Except sometimes early in the morning

Now use your silver tongue once more
There's one thing that I'd like to know
Did you ever believe the lies that you told?
Did you earn the fool's gold that you gave me?

Lhasa de Sela



2 de junio de 2012

La ruptura

Helge Krog


Ella esperaba que todo lo que había ocurrido, nos ayudaría a salir de nosotros mismos, y emprender una nueva vida. Pero no pudo ser, fue demasiado tarde. Habíamos construido los muros a nuestro alrededor, tan anchos y espesos, que al final fueron más fuertes que nosotros. Y aunque tuviésemos corazón para derrumbarlos, no tendríamos fuerza para ello. Queríamos hacer algo inconcebible. Queríamos parar la corriente de la vida y guardarla. Creíamos que lo habíamos conseguido, que ya teníamos apresada la corriente, pero no observamos que entonces, ya no había corriente, tan sólo había un remolino.
Tú puedes tener una orilla junto a un río, y fuerza en el río cuando pasa por delante de ti, puedes poseer la vida cuando pasa por ti. Pero el río, la corriente, eso no puedes tenerlo, No puedes poseer la vida, seguirá su curso, hacía el mar. Si pretendes pararla, tenerla, entonces se muere en ti y entonces mueres tú mismo, porque la vida no está en ti.
Nadie se da cuenta del día, hasta que se pone el sol.



22 de mayo de 2012

Ella preguntó por qué


Porque conozco el frío siniestro de algunas miradas
Y el dibujo preciso de las caricias que salvan
Porque sé de heridas que sangran  
Y de cuerpos con bellas cicatrices

Porque busco y no encuentro
Y sé de paciencias perdidas y de reencuentros
Porque puedo y no quiero
Y sé de amores eternos y de extravíos

Porque conozco el mágico hechizo de algunas miradas
Y el embrujo perverso de las manos que asfixian
Porque sé de corazones que matan  
Y de almas con bellas cicatrices


9 de mayo de 2012

Tormenta

Primero es un murmullo, luego un silbido y ahora un rugido irreconocible que aumenta en oleadas cada vez más violentas. 
Golpes secos, latigazos, cascada de vidrios rotos, remolino de hojas y papeles, danza de cortinas blancas, sombras deformadas por lámparas bamboleantes.
Tierra, tierra que entra por las ventanas abiertas, por las que se esperaba solamente un poco de fresco. Tierra con hojas, palitos, pelusa, flores, pelo, lana, briznas de pasto. 
Tierra, que se mete en los ojos, que reseca la boca, que ensucia la ropa y los muebles; viento que golpea las puertas, que chista, que gime, que aúlla. 
Estrépito de carros, de tanques de guerra, de gigantescos derrumbes, de catástrofes cósmicas; precedido de ráfagas azules deslumbrantes, que se clavan en el horizonte por un segundo visible. 
Lluvia, lluvia torrencial, desmadrada, arrasadora, limpia, fría, olorosa; olor a tierra mojada, a plantas y flores, a perro y a bicho, a fresco, y a frío. Lluvia pareja, calma, serena, repiqueteo monótono que se apaga, colores esfumados, claridad, silencio, paz.

Diana Pesoa 

6 de mayo de 2012

Filosofía subterránea

(Domingo 6 de Mayo, 11:15 am, línea A de subterráneos, estación Río de Janeiro, dirección al centro). Bajo por la escalera y cerca de un banco, veo a dos borrachos sentados en al piso -casi desparramados- contra una de las paredes del andén. Dos morochos de unos treinta años, a uno le falta un zapato, el otro tiene el cinturón del pantalón colgado del cuello, como si fuera una bufanda. Cada uno abraza un bolso azul, como si en eso se le fuera la vida, con la misma desesperación con que se agarra un salvavidas. Hablan a los gritos, prolongando el sonido de cada consonante, como lo hacen todos los borrachos. (Y estos están muy borrachos). No tuve más remedio que oír:
                   
Borracho 1: ¿Por qué siempre me encuentro con gente que piensa distinto que yo?
Borracho 2: Porque todos tenemos distintas personalidades.
Borracho 1: Entonces la vida es una mierda, estamos destinados a pelearnos.
Borracho 2: Noooo... Que no estemos de acuerdo con los demás, no significa que
no podamos quererlos.                           

El ruido del tren que se acerca a la estación, no me deja seguir escuchando el diálogo. Pensé en no subir, pero me estaban esperando y se me hacía tarde. Una pena, porque si me hubiera quedado, seguramente hubiese aprendido más que leyendo a Nietzsche.

1 de mayo de 2012

Guía práctica para comprar un buen libro

Es viernes, es tarde y en la calle hace mucho frío. Estoy cansado y tengo hambre. (Y estoy desahuciado y tengo miedo, pero eso es algo normal en mí -ni hace falta que lo mencione-) Apuro el paso porque quiero llegar a casa lo antes posible. ¿Pero llegar, para qué?
Hago un repaso mental de lo que me espera: Pararme al lado de la estufa, bien. Comer algo, bien... 
Pero parece poco para un viernes a la noche, entonces no tardo mucho en descubrir que esa pequeña parte de mi futuro, será una cagada. Aflojo el paso, ya no quiero llegar a ninguna parte. 
Cruzando Acoyte veo la librería "Yenny", la vidriera está iluminada, parece que todavía no cerraron. ¿Un libro? ¡Si, un libro!
Apuro el paso otra vez -hay que ver con que poco me entusiasmo-. Llego a la puerta y la empujo… Un guardia con aspecto de patovica de jardín de infantes empuja la puerta en sentido contrario. El enano apoya la boca en el poco espacio que queda entre la puerta y el marco y dice: 

     - ¿Pibe, no ves que está cerrado? 
       (Si me decía "Señor" lo mandaba a la mierda)  
-  Pepepepero la puerta está abierta…
-  Si, pero está cerrado.
-  Pepepepero quiero comprar un libro…
-  Si, pero ya cerramos.

Dicen que tengo una mirada muy expresiva, demoledora, convincente. Cargué mis ojos con toda la emotividad posible y disparé:

      -  ¿No me dejás pasar?
      -  Dale, pero vas directo a la caja, está cerrado. 
         (¡Ay! Si confiara un poco más en mis poderes, sería capaz
         de conquistar naciones enteras con sólo mirarlas)

Voy casi corriendo hacia los estantes… Novelas, novelas… ¡¿Dónde están las novelas?!
Se apagan las luces del salón. (Esta debe ser gente “normal” y deben tener planes para el viernes a la noche, están apurados, no entienden que la felicidad en mi futuro inmediato depende de un libro)
En la penumbra alcanzo a distinguir un lomo de color rojo que se destaca del resto, podía ser un tratado de álgebra elemental o el Kamasutra. Ya no hay tiempo ni luz suficiente para leer el título, a la carrera me llevo el libro de lomo rojo a la caja y la cajera me lo saca de las manos.
Tac tac tac en el teclado de la caja… tac tac tac; tac tac tac; tac tac tac…

      -  ¡¿Jorge, acá ya cortaste el sistema?! 
          (Le grita la cajera a alguien que nunca ví)
      -  ¡Si, ya lo corté, decime el título que lo facturo acá!
      -  ¡"Váyanse todos a la mierda, dijo Clint Eastwood", 
          de Néstor Barron!

El amanecer del sábado me encontró sumergido en la lectura de una novela apasionante, y no paré de leer hasta que llegué al final, cerca del mediodía. 
Lo peor que tiene una buena historia, es que en algún momento se termina.




…“Alguien como yo”, dice ella. Que a los 20 años, además de un exterior invencible, tenía ya una deliciosa hipercerebración que le hacía escupir dos o tres ideas por minuto, todas ellas estructuradas desde una visión del mundo por completo original, que lo ponía todo patas para arriba dentro de un sombrero de bruja y allí lo agitaba produciendo nuevas criaturas calidoscópicas que, sin embargo y por estar hechas de materiales cotidianos, cualquier idiota e incluso un empleado podían reconocer. Y ante las que todos -empleados, genios, chamanes o funcionarios públicos- quedaban haciendo “blerwm blerwm” con los dedos tamborileando en los labios.
Dos años después, se recibía de abogada. Y las escenas que escribía para televisión, de haber llegado a manos del productor de alguna serie de Sony, le hubieran reportado millones. Leía a Nietzsche mientras miraba “South Park”. A los 23 años cantaba en un coro celta, bailaba salsa en un grupo cubano y empezaba a trabajar en el estudio de derecho tributario más importante de Sudamérica. Ahora a los 26, cuando la llamé por teléfono para que nos encontremos, me contó que pronto se recibirá de traductora de chino… “Alguien como yo”…

“¿Te acordás de aquella noche que esperábamos el colectivo en Córdoba y Rodríguez Peña, y de repente pasó un peruano que nos miró desencajado y nos dijo que los dos íbamos a acabar en el infierno? Al final no terminamos de arder nunca. Hubiera sido mejor. Mucho mejor…”

Y ni siquiera me liberó la muerte, vieja hija de puta. Está bien, hubiera sido mejor entonces, claro. Hubiera sido mejor cuando yo te escribía poemas y vos los leías en el colectivo, y querías reírte pero llorabas y por eso nunca podías leer la última línea. Cuando vos tenías 20 años y por eso yo también tenía 20 años, y nos quedábamos horas enteras hablando parados casi en la esquina de Rodríguez Peña, con mi mochila colgada en la ventana de esa casa abandonada a la que una noche, inexplicable y mágicamente como en un cuento inglés, vimos entrar de pronto a un cura.

En aquellos días yo era un Golem (1) tirado sobre una mesa de madera olvidada en la trastienda de la vida, con un cartel en la frente que decía “Met”, el muerto para siempre y nunca jamás, y llegaste vos y me dibujaste la letra que faltaba, y el cartel dijo “Emet”(2), verdad, vida que vuelve, libertad del renacimiento. Y el Golem se descascaró todo, y bajo el barro estaba yo sonriente y luminoso, porque un Cristo femenino y más judío que nunca me había tocado con su cabellera milagrosa y rubia.
Hubiera sido mejor seguir los secretos de la Cabala que tan fácil me resultó descifrar a mí, el viejo niño con un mapa a tu medida, y a vos, la pequeña princesa judía que quería aprender a construir una catedral, y sabía que yo sabía de memoria el manual de origami psicodélico.

Pero me equivoqué, princesita. Te convencí de que eras Juana de Arco, sólo para después pretender salvarte de la hoguera. Eché un balde de hielo a los maderos que ya ardían y salí corriendo hacia otras noches y otros días, salí corriendo como un ladrón llevándome toda la vida que me habías devuelto y regalado.
Desde entonces, cada vez que veo una hoguera me zambullo en ella para buscarte. Para decirte que sí, que hubiera sido mejor cumplir juntos la profecía del peruano desconocido, arder juntos en nuestro infierno tan amado, porque sólo allí hay vida, porque la paz es la muerte en otras palabras...

Néstor Barron


(1) Golem: En el folclore medieval y la mitología judía es un ser animado fabricado a partir de materia inanimada. Como Adán, el Golem es creado a partir del barro, insuflándole después una chispa divina que le da la vida.

(2) En muchas historias el Golem lleva grabadas palabras mágicas o religiosas que le dan vida y lo mantienen animado. Grabando los nombres de Dios en su frente, o bien la palabra 'Emet' ('verdad' en lengua hebrea). Al borrar la primera letra de 'Emet' para formar 'Met' ('muerte' en hebreo) el Golem podía ser destruido o desactivado, quedando solamente su cuerpo de barro inerte.


25 de abril de 2012

Galeano


No hay mucho que agregar, cuando se trata de Galeano. Pero me quedé pensando en algunas situaciones, en las que me apresuré a condenar las actitudes de algunas personas. Tal vez era yo el que no entendía… 


Uno tiene que tener mucho cuidado, al juzgar las cosas, o creer que entiende otras realidades. La primera vez que fui a Suecia, hace ya unos cuantos años, me tomé un taxi en Estocolmo, era un día de mucho frío por supuesto, como casi siempre. Y a la hora de pagar, el taxista abre la puerta, se baja del taxi y me abre la puerta a mí para que yo baje, y me cobra en la vereda.
Y me cayó muy mal eso. Y me dije ¿Cómo en un gobierno del partido socialista hay estos actos de servidumbre, qué es esta cosa tan chocante?
Entonces se lo comenté a mis amigos suecos, gente que ya conocía de otros andares por el mundo, y les dije: esto que me ha sucedido con el taxi me ha chocado mucho.
Y todos se empezaron a reír. Es todo lo contrario a lo que te estás imaginando, me dijeron. Esto es producto, de una ley socialista de protección a los trabajadores del taxi, para obligarlos a moverse. Porque en este asunto de abrir la puerta y cobrar afuera, se mueven, y al moverse la sangre circula, y al circular la sangre se reducen muchísimo las enfermedades -musculares, reumáticas- que son comunes en el oficio del taxista. O sea que yo había leído al revés. Y había leído al revés, porque me había apresurado a condenar algo que no entendía.

Eduardo Galeano

23 de abril de 2012

Diario de invierno





 No pretendes dar a entender que desapareció. Sólo que estaba menos presente que antes, la veías mucho menos, y si la mayoría de tus recuerdos de aquella época se limitan al pequeño mundo de tus ocupaciones infantiles, tu madre aparece vívidamente en varias ocasiones, en particular cuando tenías diez años y por el motivo que fuese te hiciste miembro de los Lobatos con una docena de amigos tuyos. No recuerdas la frecuencia de las reuniones, pero sospechas que eran una vez al mes, siempre en casa de un miembro distinto, y dirigía aquellos encuentros un grupo rotatorio de tres o cuatro mujeres, las llamadas madres de manada, una de las cuales era tu propia madre, lo que demuestra que su trabajo de agente inmobiliaria no era tan absorbente como para no tomarse alguna que otra tarde libre. Recuerdas cuánto te gustaba verla con su uniforme azul marino de madre de manada (qué absurdo, qué novedad), y también te acuerdas de que era la madre que más gustaba a los chicos, la más divertida, la más informal, la que menos dificultad tenía en suscitar su completa atención. Hubo una última o penúltima reunión en tu casa de Irving Avenue, y como a ninguno os apetecía comportaros como si fuerais soldaditos de plomo, tu madre preguntó a los chicos cómo querían pasar la tarde, y cuando la respuesta unánime fue jugar al béisbol, todos salisteis al jardín y organizasteis equipos para un partido. Como sólo erais diez o doce y no había jugadores suficientes, tu madre decidió participar también. Te pusiste enormemente contento, pero como nunca la habías visto esgrimir un bate, sólo contabas con que fallara tres veces y la expulsaran. Cuando en la segunda entrada mandó la bola por encima de la cabeza del jardinero izquierdo, te pusiste más que contento, te quedaste estupefacto. Aún puedes ver a tu madre corriendo entre las bases con su uniforme azul de madre de manada y hacer un home run: sin aliento, sonriente, absorbiendo las aclamaciones de los chicos. De todos los recuerdos que conservas de tu niñez, ése es el que te viene más a menudo.

Probablemente no era guapa, no era bella en la acepción clásica de la palabra, pero sí bastante bonita, más que atractiva para que los hombres la mirasen siempre que entraba en algún sitio.
Lo que le faltaba para ser una absoluta belleza, ese aspecto de estrella de cine que algunas mujeres tienen siendo o no estrellas de cine, lo compensaba emanando un aura de irresistible encanto, sobre todo cuando era joven, de los veintitantos a los cuarenta años, una misteriosa combinación de presencia, desenvoltura y elegancia, la ropa que insinuaba pero no exageraba la sensualidad de la persona que la llevaba, el perfume, el maquillaje, las joyas, un peinado con estilo, y, sobre todo, la traviesa expresión de sus ojos, a la vez directa y recatada, una mirada de confianza en sí misma, y aunque no fuese la mujer más bella del mundo, se comportaba como si lo fuera, y una mujer capaz de lograr eso hacía inevitablemente que la gente se volviera a mirarla.
Habitaban en ella tres mujeres, tres personas distintas que no parecían guardar relación entre sí, y a medida que te hacías mayor y empezabas a mirarla con otros ojos, a verla como alguien que no era sólo tu madre, nunca sabías qué máscara llevaba en un día concreto. A un lado estaba la diva, la persona encantadora, suntuosamente engalanada, que embelesaba al mundo en público. En medio, había una mujer seria y responsable, una persona inteligente y humana, la que te cuidaba de pequeño, la que iba a trabajar, la mujer que emprendió pequeños negocios a lo largo de muchos años, la insuperable contadora de chistes y un as de los crucigramas, una persona con los pies firmemente plantados en la tierra: competente, generosa, observadora del mundo que la rodeaba, ferviente progresista en política, sabia dispensadora de consejos. Al otro lado, en el extremo de su personalidad, estaba la débil y asustadiza neurótica, la desamparada criatura presa de virulentos ataques de ansiedad, la mujer llena de fobias cuyas incapacidades fueron creciendo con el paso de los años, de un incipiente miedo a las alturas a una propagación metastásica de múltiples formas de parálisis: miedo a las escaleras mecánicas, miedo a los aviones, a los ascensores, a conducir un coche, a acercarse a las ventanas de las plantas más altas de un edificio, a quedarse sola, a los espacios abiertos, miedo a ir andando a cualquier sitio (creía que iba a perder el equilibrio o el conocimiento), y a una omnipresente hipocondría que poco a poco alcanzó las más exaltadas cumbres del terror. En otras palabras, miedo a la muerte, que en el fondo no es probablemente distinto de decir: miedo a vivir. Cuando envejeció, ya no hubo risas. Sólo el vacío que giraba en su cabeza, el nudo en su vientre, los sudores fríos, unas manos invisibles que apretaban su garganta.

Su segundo matrimonio fue un clamoroso éxito, ese con el que todo el mundo sueña; hasta que dejó de serlo. Te alegrabas de verla tan feliz, tan claramente enamorada, y su nuevo marido te gustó sin reservas no sólo porque estaba enamorado de tu madre sino porque sabía cómo quererla de una forma que, según pensabas, necesitaba ella que la quisieran. Seguía siendo joven, después de todo, aún no había cumplido los cuarenta, y como él tenía dos años menos que ella, te sobraban motivos para esperar que vivieran juntos mucho tiempo y murieran uno en brazos de otro. Pero tu padrastro no gozaba de buena salud. Fuerte y vigoroso como parecía, arrastraba la maldición de un corazón débil, y a raíz de una primera crisis coronaria apenas cumplidos los treinta, tuvo su segundo ataque importante un año después de la boda, y de entonces en adelante hubo un elemento de aprensión que pendía sobre su vida en común y que no hizo más que agravarse cuando le sobrevino el tercer ataque un par de años después. Tu madre vivía con el constante temor de perderlo, y viste con tus propios ojos cómo esos miedos la iban desquiciando, exacerbando poco a poco la flaqueza que durante tanto tiempo había procurado ocultar, la fóbica personalidad que emergió plenamente durante los últimos años de su convivencia, y cuando su marido murió a los cincuenta y cuatro años, ella ya no era la misma persona que había sido cuando se casaron.
La última y desesperada medida para un drama que se había considerado casi sin esperanzas, y la horripilante visión de tu padrastro yaciendo mortalmente enfermo en aquella cama, con tantos tubos y conectado a tantas máquinas que la habitación parecía un decorado de película de ciencia ficción, y cuando entraste a verlo te quedaste tan atónito y abatido que tuviste que hacer un esfuerzo para contener las lágrimas. Tu mujer y tú os alojabais con tu madre en Palo Alto, en una casa deshabitada que le había prestado un amigo desconocido, y aquella noche, os sentasteis a la mesa del comedor para beber algo, y justo cuando creías imposible que alguien pronunciara una palabra más, cuando parecía que la pesadumbre os había hecho perder el habla, tu madre empezó a contar chistes. Uno detrás de otro, y luego otro seguido de uno más, chistes tan divertidos que tu mujer y tú reísteis hasta quedaros sin aliento, una hora, dos horas seguidas de chistes, contado cada uno de ellos con ritmo tan magistral, con un lenguaje tan fresco y económico que llegó un momento en que pensaste que ibas a reventar de risa. Los tres enloquecisteis un poco aquella noche, pero las circunstancias eran tan lúgubres e intolerables que necesitabais algo de locura, y como fuera, tu madre halló fuerzas para provocarla. Un momento de extraordinario valor, te pareció, un ejemplo sublime de cómo era cuando daba lo mejor de sí misma; por enorme que fuese tu pena aquella noche, sabías que no era nada, absolutamente nada, comparada con la suya.

Crees que fue entonces cuando ella murió a su vez. Su corazón siguió latiendo veinte años más, pero el fallecimiento de tu padrastro también fue su final, y después ya nunca recobró el equilibrio. Poco a poco, su dolor se fue transformando en una especie de resentimiento (¿Cómo se atreve a morirse y dejarme sola?), y aunque te daba pena oírla hablar así, comprendías que estaba asustada, buscando una forma de arriesgarse a dar el próximo paso y avanzar renqueando hacia el futuro.

No, no fueron los mejores años, pero tampoco quieres dar la impresión de que fue una época de continua melancolía y desconcierto. Viajaba a Connecticut a intervalos regulares a ver a tu hermana, pasaba muchos fines de semana contigo en tu casa de Brooklyn, veía a su nieta actuar en representaciones escolares y cantar sus solos en el coro del instituto, seguía el creciente interés de su nieto por la fotografía, y después de todos aquellos años en la lejana California, ahora volvía a formar parte de tu vida. Seguía cautivando a la gente en público, incluso a sus setenta y tantos años, porque en algún pequeño rincón de su mente seguía viéndose como una estrella, como la mujer más bella del mundo, y siempre que salía de su limitada y enclaustrada vida, parecía que su vanidad se mantenía intacta. Ahora te entristecía ver en lo que en buena medida se había convertido, pero te resultaba imposible no admirarla por aquella vanidad, por ser aún capaz de contar un buen chiste cuando la gente la estaba escuchando.

Esparciste sus cenizas en el bosque de Prospect Park. Cinco de vosotros estabais presentes aquel día –tu mujer, tu hija, tu tía carnal, tu tía segunda Regina y tú– y escogiste el Prospect Park de Brooklyn porque tu madre había jugado allí de pequeña con frecuencia. Uno por uno, fuisteis leyendo poemas en voz alta, y luego, cuando abriste la urna rectangular de metal y echaste las cenizas sobre la maleza y las hojas muertas, tu tía carnal (normalmente poco expresiva, una de las personas más reservadas que has conocido) sucumbió a un acceso de lágrimas mientras repetía una y otra vez el nombre de su hermana pequeña. Un par de semanas después, en una tarde resplandeciente de finales de mayo, tu mujer y tú sacasteis al perro a dar un paseo por el parque. Sugeriste pasar por el sitio en donde habías esparcido las cenizas de tu madre, pero cuando aún os encontrabais por un sendero, a más de doscientos metros de la linde del bosque, empezaste a sentirte débil y mareado, y aunque tomabas pastillas para controlar tu reciente afección, notaste que te venía otro ataque de pánico. Te agarraste al brazo de tu mujer, disteis media vuelta y os fuisteis a casa. Eso fue hace casi nueve años. Desde entonces no has intentado volver a ese bosque.