15 de julio de 2014

El susurro de la mujer ballena

Tenía muchas ganas de leer “Demonio del mediodía” de Alonso Cueto. (Las reseñas sobre esa novela son interesantes). Pero no lo encuentro en ninguna librería. Así que decidí leer otra vez la única novela de Cueto que tengo: “El susurro de la mujer ballena”. (De puro caprichoso que soy, y por no quedarme con las ganas de leer a Don Alonso)

 "Quizá yo busco en las personas a sirvientes de mi soledad
No me atrevo a cruzarme con gente que me descubra"


Me hundí en el agua. Sentí que algunas lágrimas me resbalaban por las mejillas. Me perdí por un momento en el llanto. ¿Acaso no puede decirse que la soledad del baño es el último derecho de una mujer, el lugar donde no está obligada a ser complaciente con el ego de los hombres? Sólo aquí no tienes que servirlos, no tienes que parecerles bonita, no tienes que atender a sus monólogos.
El duro privilegio del silencio. En ese silencio yo estaba a salvo. Mi cuerpo me protegía, lo veía extenderse, todavía delgado, echado bajo el agua. Los brazos delicados y largos, las piernas torneadas y las facciones finas preservadas por un instante a los anticipos de la vejez. Pero en ese instante me parecía un cuerpo bastante indefenso. Como mi tristeza, un palo negro dentro del pecho, un palo desnudo, que se extendía hasta la garganta. Algunos hombres habían entrado en ese cuerpo, pero nadie había entrado en mi alma, nadie había conocido de veras mi rencor y mi miedo. Mi miedo sobre todo. Nadie.
Una fortaleza a veces iluminada por donde vagan mis fantasmas. Los hombres sabían como rondar esa fortaleza, pero ninguno se había quedado allí. Yo me había replegado dentro de ese cuerpo para observarlos mejor, en realidad para burlarme de ellos.
A veces pienso que no estoy hecha para entregarme a nadie. Ni a los hombres, ni a mis amigos, ni a mi madre. Tal vez sí a mi padre, cuando vivía, sólo a él. Quizá yo busco en las personas a sirvientes de mi soledad. No me atrevo a cruzarme con gente que me descubra. Tengo miedo de quedar a la intemperie, expuesta a cualquier abuso. Si me entrego, si me doy a conocer a alguien, si confieso la verdad, estoy expuesta a un grave peligro…
…Afuera suena el teléfono.
Tengo que regresar allí, afuera. Los ruidos continúan, me reclaman al otro lado. La acumulación de breves miserias del día. Demasiados detalles acumulados. La vida es un montón de detalles que se mezclan, se entreveran, una masa informe que cargamos entre todos. Nuestro deber biológico es cargar esa masa con optimismo, casi con alegría. No por nosotros sino por los que nos rodean. Y por nosotros también. Nuestro organismo nos ordena persistir. Lo que yo pienso aquí, echada en el agua, no va a tener ninguna importancia dentro de un rato.
El agua sigue cayendo. Cierro el grifo, me sumerjo. Desaparezco en el silencio.

Alonso Cueto - El susurro de la mujer ballena

3 de julio de 2014

La insoportable levedad del ser

Estaba enterrada. Hace ya tiempo. Venías a verme todas las semanas. Siempre golpeabas con los nudillos en la tumba y yo salía. Tenía los ojos llenos de tierra.
Decías: “Así no puedes ver” y me quitabas la tierra de los ojos.
Y yo te decía: “De todos modos no veo. Si tengo agujeros en vez de ojos”.
Y un día te fuiste y no volviste durante mucho tiempo y yo sabía que estabas con otra mujer.
Pasaban las semanas y tú no volvías. Tenía miedo de no oírte llegar y por eso no dormía nunca.
Por fin volviste a llamar a la tumba, pero yo estaba tan cansada después de un mes sin dormir que no tenía fuerzas para salir a la superficie. Cuando lo conseguí, tú me miraste decepcionado. Me dijiste que tenía muy mal aspecto. Sentí que te desagradaba terriblemente, que tenía la cara hundida, y que hacía unos gestos muy bruscos.
Te pedí disculpas: “No te enfades, es que no he dormido en todo este tiempo”.
Y tú dijiste con voz falsa, tranquilizadora: “Tendrías que descansar. Deberías tomarte un mes de vacaciones”.
Y yo sabía perfectamente qué querías decir con lo de las vacaciones. Sabía que no querías verme durante todo ese mes, porque estarías con otra mujer.
Te fuiste y yo bajé a la tumba y sabía que pasaría otro mes sin dormir, para estar despierta cuando vinieras y que, cuando llegaras al cabo de un mes, estaría aún más fea que hoy y que tú estarías aún más decepcionado.

Milan Kundera - La insoportable levedad del ser