Tenía muchas ganas de leer “Demonio del mediodía” de Alonso Cueto. (Las reseñas sobre esa
novela son interesantes). Pero no lo encuentro en ninguna librería. Así que decidí leer otra vez la única novela de Cueto que tengo: “El susurro de la mujer ballena”. (De
puro caprichoso que soy, y por no quedarme con las ganas de leer a Don Alonso)
No me atrevo a cruzarme con gente que me descubra"
Me hundí en el agua. Sentí que algunas lágrimas me
resbalaban por las mejillas. Me perdí por un momento en el llanto. ¿Acaso no
puede decirse que la soledad del baño es el último derecho de una mujer, el
lugar donde no está obligada a ser complaciente con el ego de los hombres? Sólo
aquí no tienes que servirlos, no tienes que parecerles bonita, no tienes que atender a sus monólogos.
El duro privilegio del silencio. En ese silencio yo estaba a
salvo. Mi cuerpo me protegía, lo veía extenderse, todavía delgado, echado bajo
el agua. Los brazos delicados y largos, las piernas torneadas y las facciones
finas preservadas por un instante a los anticipos de la vejez. Pero en ese
instante me parecía un cuerpo bastante indefenso. Como mi tristeza, un palo
negro dentro del pecho, un palo desnudo, que se extendía hasta la garganta.
Algunos hombres habían entrado en ese cuerpo, pero nadie había entrado en mi
alma, nadie había conocido de veras mi rencor y mi miedo. Mi miedo sobre todo.
Nadie.
Una fortaleza a veces iluminada por donde vagan mis
fantasmas. Los hombres sabían como rondar esa fortaleza, pero ninguno se había
quedado allí. Yo me había replegado dentro de ese cuerpo para observarlos
mejor, en realidad para burlarme de ellos.
A veces pienso que no estoy hecha para entregarme a nadie.
Ni a los hombres, ni a mis amigos, ni a mi madre. Tal vez sí a mi padre, cuando
vivía, sólo a él. Quizá yo busco en las personas a sirvientes de mi soledad.
No me atrevo a cruzarme con gente que me descubra. Tengo miedo de quedar a la
intemperie, expuesta a cualquier abuso. Si me entrego, si me doy a conocer a
alguien, si confieso la verdad, estoy expuesta a un grave peligro…
…Afuera suena el teléfono.
Tengo que regresar allí, afuera. Los ruidos continúan, me
reclaman al otro lado. La acumulación de breves miserias del día. Demasiados
detalles acumulados. La vida es un montón de detalles que se mezclan, se
entreveran, una masa informe que cargamos entre todos. Nuestro deber biológico
es cargar esa masa con optimismo, casi con alegría. No por nosotros sino por
los que nos rodean. Y por nosotros también. Nuestro organismo nos ordena
persistir. Lo que yo pienso aquí, echada en el agua, no va a tener ninguna
importancia dentro de un rato.
El agua sigue cayendo. Cierro el grifo, me sumerjo.
Desaparezco en el silencio.
Alonso Cueto - El susurro de la mujer ballena
Yo veía ahí arriba la tapa del libro y sabía que iba a pasar esto, ibas a poner un fragmento y me iba a terminar enganchando! Todavía tengo pendiente La insoportable levedad, así que espero que por el bien de mi bolsillo y biblioteca, esperes unos meses para volver a publicar uno de estos fragmentos atrapantes. Bueno, no, hacé lo que quieras, pero se entiende la idea jajaja.
ResponderEliminarUn beso Dan c:
Te entiendo... Vas a tener que dejar de seguirme… Jajaja!
EliminarBeso!
Ains... Lo buscaré :)
ResponderEliminarAys... Ojala lo encuentres :)
EliminarHola Dan.
ResponderEliminarEl fragmento que has seleccionado me ha gustado mucho.
Refleja la realidad que muchas mujeres viven. Sirviendo a menudo a hombres.
El momento del baño siempre me ha parecido una situación idónea para reflexionar un poco.
Y lo de desaparecer en el silencio, no conozco mejor manera de desaparecer :)
Un beso fuerte y feliz semana
Es linda novela... Cueto desnuda el alma de sus personajes, me gusta eso...
EliminarY con respecto al baño, estoy de acuerdo, es una situación idónea para reflexionar un poco. También los hombres a veces necesitamos aislarnos, para no atender a los monólogos de algunas mujeres...
Un beso grande Martina!