11 de junio de 2014

Voces en la noche

En una ciudad imaginaria, irreal, azotada constantemente por una ola de calor insoportable; un vendedor mayorista de lencería femenina, tratará de descubrir quién es el desconocido que destruirá la literatura. Obligado, y al mismo tiempo denigrado por las voces que escucha por las noches, la misión del vendedor será la de matar al desconocido y así salvar la literatura.
“Voces en la noche” es una novela encantadora, increíblemente bien escrita, sorprendentemente inteligente, con personajes y situaciones que rozan el límite de lo absurdo. El protagonista, un vendedor completamente chiflado que a cada rato pisa caca de perro, y que lleva a todas partes una valija enorme y muy pesada. 
Boris, que acaricia la lencería femenina que compra para su negocio, con una insistencia cercana a la perversión. 
Estanislao, otro comprador, que inexplicablemente, siempre está de perfil. La misteriosa señora Tokoyama. Anselmi, un comerciante estafador e inescrupuloso, que se cree buen escritor. El pequeño hijo de la dueña de la pensión, que se arroja encima del vendedor cada vez que lo ve llegar, y que siempre tiene un insoportable y penetrante aliento a pan con manteca. Y hasta un herrero -de profesión herrero- que se llama Gregorio Herrero… Todo lo necesario, para componer una novela fantástica, con el agregado de un sutilísimo humor literario. Me gusta mucho Blaisten, sin duda, fue uno de los grandes escritores argentinos.


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“Y deberás destruir a aquel que es pestilencia en la oscuridad, o provocarás nuestra ira. Y cuando te acuestes tu sueño no será grato y no conocerás cordura y nunca más oirás la voz de la tórtola y sólo oirás chasquido de látigo y fragor de espanto.”
Fue la primera vez que oyó las voces. Empezaron como un murmullo lejano y tumultuoso, después se fueron acercando hasta que estallaron todas juntas en un grito unánime. Comprendió que era inútil taparse los oídos. Y supo que en el límite justo del dolor iba a surgir siempre la voz de la señora Tokoyama. Y aprendió a esperarla.

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“Han desfallecido nuestros ojos esperando en vano tu socorro. Castigaremos tu iniquidad y nos burlaremos cuando todo el mal que has temido venga hacia ti y cuando a ti sólo venga tribulación y angustia, menesteroso de muladar”, fue lo más edificante que las voces le gritaron esa noche.
Entonces llegó la dulce voz de la señora Tokoyama que le recitó un haiku donde la paloma le aconseja al búho que cambie su expresión, porque llegó la primavera.
A continuación, le leyó una enseñanza: “Caminaba el maestro pensando en que estamos hechos de alternancias y mutaciones, cuando a la vera del camino vio a una anciana que freía pastelillos y los vendía a los paseantes. Tentado, el maestro pidió uno, lo comió, lo halló bueno a su espíritu y pidió otro. Y así pidió otro y otro más hasta terminar toda la fuente de pastelillos que había freído la anciana. Cuando llegó el momento de pagar, el maestro dijo: ‘Lo sombrío retrocede ante lo luminoso y lo luminoso marca el camino de la rectitud’. La anciana le arrojó el aceite hirviendo a la cara. La quemadura que en forma de loto atraviesa el rostro del maestro hoy es venerada por los discípulos.”

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Las voces lo conminaban a los gritos: ¿qué esperaba él para salvar a la literatura, para quitar de ella todas sus idolatrías y todas sus abominaciones? Basta, gritó él tapándose los oídos. Y de pronto surgió nítida y melodiosa, la voz de la señora Tokoyama que le recitaba un haiku donde alguien se baña con agua fría y no sabe dónde tirar el agua que le sobra.

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“Y tu camino será en la oscuridad y no sabrás con qué tropiezas, y huirás en la noche sin que nadie te persiga y el lobo de los páramos te seguirá con su aullido y las comadrejas del alba te lamerán la oreja para que nunca duermas, retardado.” Fue lo más auspicioso que le gritaron las voces esa noche. Con las manos en los oídos, ansió escuchar la voz de la señora Tokoyama. Entonces, con ese dejo oriental, la señora Tokoyama le recitó un haiku donde un agricultor con un nabo en la mano señalaba a los caminantes el camino a tomar.

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De los nuevos clientes, el más cercano a “dar el perfil” del desconocido había resultado ser el dueño de “Lencería y Mercería La Valenciana”. Ciertos giros, ciertos desprecios lo asemejaban a Anselmi. Él le había preguntado si lo conocía y el dueño de “La Valenciana” había dicho que no, pero expresiones como “la anécdota no interesa, sólo el lenguaje” él ya se las había oído a Anselmi. Indagó e indagó en cada venta, pero era inútil, no lo conocía.
El hombre daba la impresión de estar siempre enojado, mostraba siempre un solo lado de la cara y, cejijunto y cariacontecido, miraba al sesgo.
A diferencia de Boris, que amaba los corpiños, Estanislao (se llamaba Estanislao) odiaba la ropa interior femenina, estrujaba los camisones y apartaba con desprecio los babydolls. No obstante, compraba.
A veces, repentinamente se quedaba callado mirando un punto en la vidriera y su rostro, inmóvil, siempre de perfil, asumía todos los matices del color de las letras pintadas en el vidrio; del índigo al escarlata, todas las variantes del rojo se encendían al lento paso de la luz. En cada visita él trataba de descubrir dónde había visto antes esa cara. Por fin lo descubrió. Era idéntico al dibujo de Leonardo, el de la cabeza del dios Marte, pero sin el casco.
De perfil, Estanislao dictaminó:
– Todos escriben igual.
Él eso ya lo había oído, en tardes desvaídas, en bares ensordecedores, en departamentos rumbosos o en patios con malvones. En algún momento, después de un silencio significativo, siempre alguien decía: “Todos escriben igual”.
– Y, ¿quién copia a quién?
Había dicho él para hacerse el gracioso. Pero a Estanislao no le causó ninguna gracia. Estaba más de perfil que nunca.

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“Y serás lagartija y no hallarás ni una sola grieta en la muralla y no tendrás donde guarecerte y el mercader de rostro alegre que regresa del festín te pisoteará sonriendo”. Fue lo más prudente que las voces le gritaron esa noche, hasta que surgió la señora Tokoyama que le recitó un haiku donde hay uno que explica que debajo de los cerezos en flor no hay nadie.
Inmediatamente le leyó una enseñanza: “A la sombra de un ciruelo el maestro sintió que la sabiduría era una amalgama de oro líquido que caía sobre él en gotas lentas, refulgentes y pesadas. Los discípulos lo vendieron en la frontera por treinta y siete dracmas al jefe de la caravana que seguía la ruta de la seda”.

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“Heredarás necedad. En ninguna de tus labores habrá fruto, y el necio te medirá con su vara de soberbia, y serás tullido y correrás carreras.” Fue lo más sobrio que le gritaron las voces ni bien intentó dormir, hasta que la señora Tokoyama le leyó un haiku donde un luchador de sumo le informa a su mujer que perdió el combate. “Combate perdido”, dice el luchador.
De inmediato le leyó una enseñanza: “El maestro y sus discípulos fueron invitados a palacio. Cuando los músicos se retiraron, el maestro sostuvo ante sus discípulos que la música seguía sonando en los jarrones de jade. Para comprobarlo, introdujo la cabeza en uno de ellos. Con el último martillazo el maestro abrió los ojos y pudo respirar. Los discípulos hicieron una colecta. Consiguieron un jarrón parecido, pero no igual”.

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“Y serás rijoso y te asolará el deseo y errarás en comarca desolada y no hallarás mujer alguna, ni virgen ni virtuosa ni venal meretriz ni prostituta amancebada, y bramarás como el ciervo, junto al torrente seco.” Fue lo más obsequioso que las voces le gritaron esa noche, hasta que la señora Tokoyama con su voz y su decir le recitó un haiku donde hay uno que se hace un tatuaje con cinabrio y se pincha un dedo.
De inmediato le leyó una enseñanza: "Omnicomprensivo, intuyendo los signos de sus infinitos atributos, remontando el camino que bordea al monasterio, en un súbito relumbre de iluminación espiritual, el maestro supo que todas las predicciones pueden hacerse y todos los vaticinios pueden cumplirse. No vio ni el convertible que conducían unos turistas provenientes de un lejano país sudamericano, ni el macetón de lirios que cayó sobre su cabeza desde la terraza del monasterio".

Isidoro Blaisten – Voces en la noche

6 comentarios:

  1. Tengo la costumbre de entrar a la librería y colgarme leyendo la contratapa... En algunas ocasiones puede que con esq lectura decida llevarmelo a casa. Me acuerdo de haber leído la contratapa de ese libro pero no generó en mi la idea de leerlo.. No puedo decir lo mismo de tu post.. Quizás la próxima visita por la librería me lo lleve ;) gracias por compartir

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    1. Me da terror saber que alguien se deje influenciar por mis opiniones para comprar un libro. Tiemblo. Jajaja!
      Pero bueno, ojalá lo consigas y te guste...
      Todo lo que he leído de Blaisten me ha gustado mucho, escribía muy bien ese tipo.
      Beso!

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  2. Jajajaja soy muy influenciable... Si compro un libro por lo que dice su contratapa vera que no tengo problema de jugarme a lo incierto

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    1. Peligroso que seas muy influenciable... Peligroso :p
      Beso!

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  3. ¡Qué ganas de leer esta obra me diste, che! Va para la listita de próximas lecturas...

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    1. Uy! A vos te va a gustar mucho, seguro... Es una gran obra literaria. Más de una vez me detuve en la lectura, preguntándome cómo podía ser, que alguien tuviera la capacidad de inventar semejante historia. Es absurda, está muy bien escrita, es tierna, inteligente, humorística... Todo el mismo tiempo... Seguro, te va a gustar.
      Beso!

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