23 de junio de 2014

El pibe que arruinaba las fotos

Hace aproximadamente ocho años, yo era el feliz poseedor de un dinosaurio con forma de PC, que al encender sonaba casi igual que una licuadora triturando hielo. Me conectaba a internet después de medianoche, porque a esas horas el Dial-Up funcionaba mejor, las páginas se cargaban sin tener que esperar una eternidad. (De madrugada, el tiempo de espera se reducía a media eternidad, y eso ya era un gran alivio)
Una de esas noches, mientras navegaba sin rumbo fijo, llegué a la página de Hernán Casciari. Y recuerdo haber llorado por primera vez, frente a la pantalla de mi querido y ruidoso dinosaurio.
Este fin de semana terminé de leer “El pibe que arruinaba las fotos”, y fue inevitable el recuerdo de aquellas lágrimas, de hace aproximadamente ocho años atrás.


– Editado –
Me preguntaron qué significa la palabra “pibe”…
Es un localismo, en Argentina significa niño o chico. Como “chavo” en México; “botija” en Uruguay; o "chaval" en España…   

...La mujer que es mi madre aprovecha su primera soledad para desahogarse sin testigos. No ha podido hacerlo antes porque no tuvo un segundo sin compañía, sin abrazos o presencias. Se ha mostrado fuerte en todas partes: serena en el salón y en los pasillos de la casa velatoria, y también entera en las calles del cementerio, frente a la bóveda. Saludó, besó y agradeció a todo el mundo; cabizbaja y líquida, es verdad, pero sin desbordes. Ha durado cincuenta horas sin hacer un solo escándalo en público. Ahora, por fin, está sola. Se pone a gritar como si la hubiesen quemado.
Lejos de allí, cruzando el peaje de Luján-Mercedes, uno de mis sobrinos, Tomás, observa el celular que maneja Manuela, su hermana. No es el teléfono de siempre, el rosa de juguete, sino uno distinto de color negro, que parece real. El hermano pregunta:
—¿De dónde lo sacaste?
Manuela no le responde y se queda mirando por la ventanilla. El hermano insiste:
—¿Es un teléfono de verdad?
Entonces Manuela se acerca a su oído y le contesta, en voz muy baja para que sus padres no la escuchen:
—Es el celular del abuelo Roberto —y también dice—: tiene crédito.
Como se ve, lo que va a pasar dentro de un rato no tiene nada que ver con un milagro, pero sigamos con los hechos naturales.
En la que fue mi casa, en la que es mi casa, la mujer sigue con sus gritos. No son lamentos al azar, no son aullidos ni onomatopeyas salvajes, sino preguntas retóricas dirigidas a su esposo, en tono de reprobación y con timbre de barítono. La mujer le reprocha al marido, en voz alta, la poca consideración que tuvo al morir, de un modo tan repentino y a destiempo. Se levanta del sillón y le habla. Las frases que dice no tienen sentido, por lo menos no en el terreno de la lógica, pero a la viuda le bastan y le sobran para desahogarse.
Ella sabe que gritar ¡por qué te tuviste que morir! no sirve para nada, pero lo dice de todas formas. Y lo repite, y lo repite una vez más, porque los reproches inútiles, en las casas vacías, suenan mejor con la insistencia…
...En el coche dos de mis sobrinos duermen; Manuela no. Ella sigue mirando las luces por la ventanilla, con el teléfono todavía en la mano. Se llevó ese teléfono porque nadie más lo iba a usar, y porque ella todavía no tiene uno. Más tarde confesaría que no fue un robo. Dos o tres veces quiso pedírselo a su mamá, pero ella siempre estaba llorando o dejándose abrazar por gente. En un momento se lo mostró a su abuela y le dijo, con mucha vergüenza:
—Chichita, ¿lo puedo usar yo ahora?
Y su abuela hizo que sí con la cabeza, pero era un sí a cualquier cosa, no estaba mirando a ninguna parte. Por eso ahora la chica piensa en la abuela triste, en su cara de agotamiento y pena, y siente culpa por haberla dejado sola, en Mercedes. Se despidieron en la puerta, sus padres le ofrecieron quedarse, o que se fueran todos a La Plata, pero la abuela no quiso.
—Alguna vez tengo que estar sola —dijo, y se encerró.
Su abuela es fuerte, piensa Manuela, ella no se habría animado a quedarse sola tan pronto. Es fuerte pero está triste. En once años, en toda su vida, Manuela no había visto nunca a Chichita con los ojos sin brillo. Entonces abre el teléfono y le escribe.
El hilo y las marionetas se unen en este segundo, porque al mismo tiempo que la nieta pulsa la primera letra del mensaje, la viuda, que conversa en casa con su esposo, le está pidiendo una señal al muerto.
—Dame una señal —dice la mujer, que es también mi madre, mirando el sillón vacío.
No es increíble, no es mágico que Manuela escriba su mensaje en este punto de la historia. Bien mirado, es natural. Es cierto que también pudo haber ocurrido primero una cosa y mucho después la otra, incluso con horas de diferencia, pero están pasando las dos a la vez y no debe asombrar a nadie.
La chica escribe en el coche mientras la mujer, en su casa, le pide a su marido —en voz muy alta— que le dé una señal. También le pregunta qué hará ella ahora, sin los hijos y sin él; cómo se recompone la rutina; dónde están las facturas y cómo se pagan; quiere saber si el tiempo cura; pretende que él la ayude a tramitar la pensión; le pide otra vez una señal; le dice que tendría que haber sido al revés, y dentro de veinte años; pero sobre todo al revés.
Mezcla la desesperación filosófica con el planteo doméstico, a veces en la misma frase. Habla con serenidad, pero ya sin control, a la vez que Manuela redacta una frase muy simple, de cuatro palabras, a sesenta kilómetros de allí:

—NO ESTÉS TRISTE, DESCANSÁ —

Es lo que escribe mi sobrina, y envía el mensaje. Después acomoda la cabeza en el hombro de su hermano, y se queda dormida…
…Entonces suena, en la casa vacía, el teléfono móvil de la mujer. Ella se queda con la palabra en la boca y camina hacia el milagro falso, mientras se pone los lentes de leer de cerca. Observa, en la pantalla del teléfono, una frase imposible, en letras mayúsculas:

ROBERTO HA ENVIADO
UN MENSAJE DE TEXTO

La mujer, que es también mi madre, presiona un botón y repasa las cuatro palabras que hace diez segundos ha escrito Manuela desde el coche.

 —NO ESTÉS TRISTE, DESCANSÁ —

Se queda un rato largo mirando la pantalla, con los dedos inmóviles. No parpadea ni respira. Tiene la luz verde del teléfono en los ojos, y los ojos muy abiertos.
Después la mujer sale del comedor más serena, sin mirar el sillón ni decir una palabra más. Tiene la garganta seca de tanto monólogo. Apaga las luces de la cocina, entra a su cuarto y se acuesta. Se queda dormida y descansa.

Hernán Casciari — El pibe que arruinaba las fotos

12 comentarios:

  1. Me encantó! tiene algunas pequeñas frasecitas que me fascinaron, entre ellas "El hilo y las marionetas se unen en este segundo". Genial historia, disfrutá reencontrarte con este libro entonces! Un beso grande Dan!
    (hoy me logueé, mirá)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hiperpájica! Jajaja!
      Yo me quedo con "los reproches inútiles, en las casas vacías, suenan mejor con la insistencia"...
      Un beso grande para vos también!

      Eliminar
  2. ¡Qué buen relato! Muy lindo.
    Me da mucha curiosidad el título del libro, hubiera pensado que se trataba de las travesuras de un niño, no sé.
    Besos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me puede este tipo, escribe lindo...
      El libro comienza con eso, el salía haciendo muecas raras en todas las fotos. Los padres se desesperan, no saben más que hacer, lo castigan, pero a él eso no le duele, Se siente mal, porque piensa que ya de tan chico, le arruinó la vida a la madre :p
      Hernán publica los libros en papel, pero también los sube a internet, Si lo querés leer buscalo. (Es gratis y legal, los sube él)
      Beso!

      Eliminar
  3. Me encanta Hernán.. Lo leí ya cuando era toda una estrella en la web..
    Está anécdota me hizo acordar a algo que me pasó. Resulta que me abuela materna falleció en abril.. Mi mamá no pudo vaciar el departamento de ella hasta un año después. Mi Papa iba todos los meses a buscar facturas para pagar. Resulta que en agosto (mes de mi cumple) va como todos los meses. Unos días después de mi cumple, yo le insisto para ir con él. Mi viejo me decía que no.. Pero finalmente acepto. Cuando entre al depto sonaba una tarjeta musical con la canción de cumpleaños... Tuvimos que rastrear por los cajones hasta encontrarla. Era una tarjeta que yo le había regalado a ella. Son coincidencias que acarician el alma

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ay! Si, esas cosas pasan. Yo tengo algunas, pero ya no las cuento, porque me cansé de que todos crean que estoy fabulando :p
      Es un placer leer a Hernán, hay algo en su manera de relatar, que a mí me llega mucho. Y si, ahora es una estrella, pero por suerte no cambió, sigue tan sensible como al principio.
      Beso!

      Eliminar
  4. Me encantó. No conocía a Hernán. Gracias.

    ResponderEliminar
  5. Muy bueno. Gracias por compartir el texto

    ResponderEliminar
  6. Qué lindo ( y triste) el fragmento que compartiste, Dan.
    Con respecto al autor, hace unas semanas descubrí que sube pequeños mensajes de voz de temas diversos. Te dejo algunos por si nunca los escuchaste:
    "¿Me agregás como amiga?" : https://www.youtube.com/watch?v=0yPZfJ2Cvz8
    "Primera noche en Buenos Aires" : https://www.youtube.com/watch?v=TqIalgSpReM
    "El paranoico incrédulo" : https://www.youtube.com/watch?v=PzpcEzxI5es

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tiene tanta belleza el relato, que me cuesta verle el lado triste...
      Ahora me fijo, pero creo que ya los vi todos. (Soy así de fanático, queselevaser :p)

      Eliminar