30 de mayo de 2014

Counting sheep

Casi lo único que hago cuando me conecto a internet, es escuchar música. Y a veces pasa, que me llevo una gran, gran sorpresa.
El chico se llama Max Pope, vive en Londres... No toca la guitarra, la acaricia, le hace el amor. Y tiene una voz increíblemente cálida, dulcísima. 


Me encanta, hacía tiempo que no me sorprendía tanto una canción. La pasé a mp3, si alguien la quiere descargar, acá dejo el [link]

25 de mayo de 2014

Dasein

Estamos perdidos, desahuciados, somos los desdichados poseedores de una libertad estéril que no nos conduce a ninguna parte. Según Heidegger, somos seres “arrojados al mundo”Sólo tenemos un par de certezas inútiles, que “venimos del silencio y del vacío y volvemos al silencio y al vacío”.
Pero a veces, mágicamente, aparecen personas que nos hacen sentir que este viaje vale la pena, que estar aquí tiene sentido. Y burlamos al destino, la muerte se muere de impaciencia, y el miedo se asusta al vernos tan felices. 

16 de mayo de 2014

Todo el Jameson(1) que me quedaba, más de media botella, lo tengo entre pecho y espalda. Era un néctaraged 24 years–, y a medida que pasaba por mi garganta me iba transformando los párpados en membranas de miel cristalina. Para ver, para sentir mejor a cada minuto que pasaba, la intensidad cálida de ese momento de gloria, en el cual las imágenes de Merlina y Majo junto a mí me revelaban mi inmortalidad y mi condición indestructible. Cerca de las tres de la mañana, yo sólo veía el pequeño reloj sobre la mesa redonda frente a mí y el mínimo círculo alrededor: Majo a la derecha, Merlina a la izquierda, y todo el resto del universo desdibujándose hacia una oscuridad ajena. Si me propusieran que esta fuera la última imagen que me llevara de este mundo, firmaría.
No me moví de mi lugar cuando Merlina se levantó para irse. Se inclinó hacia mí y me besó en la cabeza, como bendiciéndome. Majo la acompañó hasta la calle, y al volver me tomó de las manos y me llevó hacia su cama.
Ahora estoy boca arriba, mirando el color plano del techo en la semioscuridad del cuarto. Empiezo a sentir la dulzura allí por mi entrepierna. Cierro los ojos pero entonces todo me da vueltas, así que los vuelvo a abrir y los dejo clavados en el techo, en lo que apenas puedo adivinar del techo. El rostro de Majo, con sus cabellos en movimiento empieza a entrar y a salir del cuadro, pero casi no siento su peso encima de mis caderas. Recuerdo vagamente que la ventana que da al patiecito estaba abierta cuando entramos al cuarto, y en un ángulo estaba la luna. Ahora siento los cabellos de Majo cayendo a ambos lados de mi cara como dedos amorosos de un dios que acaricia a su mascota. Y siento su boca abierta y húmeda sobre la mía, y un leve entrechocar de dientes. Y otra vez su rostro que se eleva y sale del cuadro, y vuelve a entrar, y vuelve a salir.
Y me voy, me dejo ir, me doy a las palmas de esta noche con piel de palimpsesto(2). El mundo se vuelve inconsistente, el mundo es de humo, pigmento y gelatina. Una placenta viscosa y abrigada, salida del vientre de la luna y anegada de sus brillos dementes. Me disuelvo como se disuelven en la noche los lobos de la memoria, liviano y cristalino y mágico como los anillos que goteaban de los ojos del dios que se sacrificaba a sí mismo en la helada lejanía de los fiordos que aún no habían sido nombrados. Soy el primero y el último, básico y primordial, soy el Hombre de Oro(3). Respiro fluido y saliva, aliento hirviente, espumas secretas, y el sabor orgánico y salado de una teta roza mis labios de uranio y amapola.
Hay un grito y un temblor, y otro microsegundo de conciencia que me permite sentir todo el cuerpo de Majo desplomándose y apretándose contra el mío, y también el Hombre de Oro se disuelve en esa piel de luna siempre nueva, que abre todas las puertas y hace huir a la muerte y a todas las máscaras.
Las huestes del espanto se eclipsan abochornadas, y me duermo con el leve ardor de una sonrisa invisible.  


(1)Jameson: Whisky irlandés mezclado, producido por primera vez en 1780.

(2)palimpsesto: (Del lat. palimpsestus, y este del gr. παλίμψηστος).
1. m. Manuscrito antiguo que conserva huellas de una escritura anterior borrada artificialmente.

(3)Hombre de Oro: Hesíodo, Trabajo y días (vv. 106-201) - Mito de las edades del hombre.
“En los primeros tiempos, los inmortales que habitan las mansiones olímpicas, crearon una dorada estirpe de hombres mortales. Existieron aquéllos en época de Cronos, cuando reinaba en el cielo. Vivían como dioses, con el corazón libre de preocupaciones, sin fatigas ni miseria; no se cernía sobre ellos la vejez despreciable, sino que, siempre con igual vitalidad en piernas y brazos, se recreaban con fiestas, ajenos a cualquier clase de males. Morían como sumidos en un sueño”

8 de mayo de 2014

Las viudas de los jueves

Ayer terminé de leer “Las viudas de los jueves” de Claudia Piñeiro. (El año pasado había leído “Elena sabe”, de la misma escritora) [link]
Me gusta como escribe Piñeiro, claro que no se trata de literatura de alto vuelo, pero creo que tiene una sensibilidad especial a la hora de componer los personajes de sus novelas.
Aquí, en “Las viudas de los jueves”, Piñeiro desnuda la intimidad de un grupo de personas que viven la vida detrás de una máscara. Viajes, barrio con parque y piscina, servicio doméstico, y mucho tiempo dedicado a guardar las apariencias. No son ricos, pero pretenden vivir como si lo fueran, y allí es donde revelan sus peores miserias.
Escribe lindo Piñeiro, es una buena contadora de historias. Tanto, que siempre en algún punto del relato, te deja con un nudo en la garganta. 


Mariana entró en la ducha y se quedó bajo el chorro de agua hasta que la modorra empezó a ceder. Cuando salió del baño envuelta en una toalla, Antonia ya había regresado de llevar a los chicos al colegio, había limpiado su cuarto y dejado una bandeja con su desayuno sobre la mesa de luz. Evidentemente estas mujeres tienen otro biorritmo, pensó Mariana, son mulas de carga. Y se tiró otros cinco minutos sobre la cama.
Antonia se agachó a levantar del piso la remera de spandex y piedritas brillantes que Mariana había usado la noche anterior y notó que tenía un pequeño agujero. “Señora, ¿usted vio esto? Mariana se acercó e inspeccionó la remera. “Parece una chispa”, dijo Antonia. “Esto fue por el cigarrillo de algún pelotudo. Cien dólares chamuscados en una postura…” Mariana devolvió la remera al bollo de ropa sucia que llevaba Antonia y se empezó a desenredar el pelo, Antonia inspeccionó el pequeño agujero debajo de la axila. “¿Quiere que trate de zurcirla?”, dijo con timidez. Mariana la miró. “¿Alguna vez me viste usar algo zurcido?
Antonia salió y fue al lavadero. Estaba contenta. Cuando Mariana dejaba de usar alguna ropa se la regalaba, y esa remera era mucho más de lo que hubiera soñado regalarle a su hija en su próximo cumpleaños. La revisó antes de lavarla a mano. Sobre la tela negra, las piedritas brillantes formaban círculos concéntricos que casi la mareaban. Estaban todas las piedritas, intactas, y con dos puntadas el agujero desaparecería.
Cuando la remera cumplió su ciclo de lavado y planchado, Antonia la subió al vestidor de Mariana, la dobló y la dejó en el casillero de las remeras negras. Sabía que pronto sería suya, ojalá antes de que Paulina cumpla años, pensó, pero no podía tomarse el atrevimiento de quedársela sin que su patrona se lo permitiera.
Unos días después Mariana recibió a tres vecinas a tomar el té. Las mujeres manejaban, entre otras cosas, el comedor infantil que estaba a unas cuadras de la entrada de Altos de la Cascada. “Las Damas de los Altos” se hacían llamar, y estaban organizando una fundación. “Lo que más necesitamos son zapatillas, si no, cuando llueve, la mitad de los chicos no viene a comer porque no pueden pasar por el barro descalzos, ¿vos podés creer?”, dijo la que había elegido té de mango y frutilla. “Qué increíble…” dijo Mariana, mientras Antonia le alcanzaba una tetera con más agua caliente. “Gracias Antonia, por ahí está bien”, le indicó a la empleada parada junto a ella con el agua de recambio para la tetera.
Pasaron unos días y una mañana, cuando Antonia entró en el cuarto de Mariana, encontró sobre el baúl, al pie de la cama, una pila de ropa doblada. La segunda prenda empezando de abajo hacia arriba, era la remera negra con piedritas brillantes. El resto era ropa de Mariana y de los chicos, en desuso, y dos remeras de golf de Ernesto, descoloridas por el sol. “Poneme esa ropa en una bolsa que la va a pasar a buscar Nane Ayerra”. Antonia no entendió, no era lo que Mariana solía hacer con su ropa en desuso, siempre le daba todo a ella para que lo llevara a Misiones y lo repartiera con la familia. “¿Sabés quién es Nane, no? Esa rubia mona que estuvo tomando el té el otro día”. Antonia asintió aunque no sabía, ni escuchaba, ni entendía por qué, esa remera que era casi suya iba a terminar en manos de una rubia mona. Si una señora como esa tampoco usaría ropa zurcida. No se atrevió a preguntar, buscó una bolsa y metió todo adentro. Cuando estaba por salir del cuarto, Mariana la detuvo. “Ah, y si querés, el viernes al mediodía en la casa de Nane, hacemos una feria americana para juntar fondos para el comedor infantil. Es una feria exclusiva para empleadas domésticas, así que quedate tranquila, que van a ser precios muy convenientes. Todos, con mucho o poco, tenemos que ser solidarios, ¿no te parece?” Antonia asintió, pero no sabía si le parecía, porque mucho no había entendido. O no había escuchado, sólo pensaba en la remera negra de brillitos. A lo mejor se la podía comprar. “Precios convenientes” había dicho la señora. Ella no sabía que eran “precios convenientes”. Hasta diez, ella podía. O hasta quince, porque la remera era muy fina, la señora la había comprado en Miami, y con dos puntadas el agujero ni se vería.
Hasta que llegó Halloween. Mariana había comprado caramelos para darles a los chicos que golpearan la puerta esa noche. Para las nueve ya habían pasado tres grupos. A las nueve y cuarto tocaron el timbre otra vez. Antonia fue a atender, con la orden de repartir los caramelos que quedaban y despacharlos. A Mariana no le gustaba que interrumpieran a la hora de la cena. Del otro lado se encontró con un grupo de nenas que bajaban de un coche que manejaba Nane Ayerra. Nane también se bajó y le dijo a Antonia que llamara a la señora. Se lo tuvo que decir dos veces porque Antonia, inmóvil, no podía hacer otra cosa que mirar a la hija de Nane, una nena de unos ocho años disfrazada de bruja, con uñas plateadas, colmillos filosos, un hilo de pintura roja corriendo desde su boca, que llevaba puesta una pollera negra larga hasta el piso, y la remera de piedritas brillantes que había sido de su patrona. “Te quería mostrar esto”, le dijo Nane a Mariana cuando esta se asomó. “¡No te creo, es mi remera!” (Antonia dijo: “Si, es”, pero nadie la escuchó). “Viste como son las chicas a esta edad, la vio cuando acomodaba las cosas para la feria y se encaprichó que la quería para la Noche de Brujas, así que la saqué de la venta. Pero ella sabe que después de Halloween me la tiene que devolver, ¿no?”. La nena no contestó, seguía cargando su canastita con los caramelos de la bolsa que Antonia sostenía. “La dejo que se saque el gusto y en la próxima feria la pongo a la venta”
Antonia estuvo todo el tiempo parada allí, mirando la remera. Contó cinco piedritas brillantes que faltaban en los círculos concéntricos. Pero por suerte no era en lugares muy destacados, dos en un costado, casi llegando a la costura, dos cerca del dobladillo, y una debajo del busto. Le dio pena, porque antes no le faltaba ninguna. Aunque así, con menos piedritas, en la próxima feria iba a estar más “conveniente”, como decía su patrona. La mercadería fallada, siempre vale menos, pensó.

Las viudas de los jueves – Claudia Piñeiro

1 de mayo de 2014

¡Déjenme en paz!

– ¿Ya te vas?
– Sí, se hace tarde, tengo que seguir trabajando
– La verdad, tendrías que hacer otra cosa, ese trabajo no es para vos

¿De dónde salió toda esa cantidad de gente, que no tiene nada mejor que hacer, que meter la nariz donde no se debe? ¡Dios! ¡Están por todas partes! Se han convertido en una plaga de proporciones bíblicas… Opinan, siempre opinan. Y no es que opinar sea algo malo, es que lo hacen cuando nadie está pidiendo una opinión.

– ¿Viste la última película de los hermanos Coen?
– Si, pero no me gustó
– No estoy de acuerdo

¡¿Perdón?! ¡¿Qué significa “no estoy de acuerdo”?!
Y no importa que digas que no te gusta el verano, el fútbol, o la cebolla. No importa, la respuesta casi siempre es la misma: “no estoy de acuerdo”
Lo peor, es que uno no sabe cómo continuar con ese diálogo... Responder “y a mí que me importa” suena violento. Explicar que se trata de un gusto personal que no está sujeto a debate tampoco funciona, porque el individuo seguirá sin acordar y comenzará a discutir. ¿Será eso, querrán discutir? ¿Necesitarán discutir?


No, no quiero nada
¡Ya dije que no quiero nada!
¡No me vengan con conclusiones!
La única conclusión es morir

¡No me traigan estéticas!
¡No me hablen de moral!
¡Sáquenme de aquí la metafísica!
No me pregonen sistemas completos
No me muestren conquistas de las ciencias
(¡De las ciencias, Dios mío, de las ciencias!)
De las ciencias, de las artes, de la civilización moderna

¿Qué mal hice a todos los dioses?
¡Si tienen la verdad, guárdensela!
Soy técnico, pero tengo técnica sólo dentro de la técnica
Fuera de eso soy un loco, con todo el derecho a serlo
Con todo el derecho a serlo, ¿oyeron?

¡No me importunen, por el amor de Dios!
¿Me querían casado, insignificante, cotidiano y tributable?
¿Me querían lo contrario de esto, lo contrario de cualquier cosa?
Si yo fuese otra persona, les daría, a todos, el gusto
¡Pero así, como soy, ténganme paciencia!
¡O váyanse al infierno sin mí!
¿Para qué tenemos que ir juntos?

¡Déjenme en paz! No tardo, que yo nunca tardo…
Que mientras tardan el Abismo y el Silencio ¡Quiero estar solo!

Álvaro de Campos (Fernando Pessoa) - Lisboa Revisitada

Fernando Pessoa