23 de octubre de 2013

Encogimiento de hombros


Fernando Pessoa

Damos comúnmente a nuestras ideas de lo desconocido el color de nuestras nociones de lo conocido: si llamamos a la muerte un sueño, es porque parece un sueño por fuera; si llamamos a la muerte una nueva vida, es porque parece una cosa diferente de la vida. Con pequeños malentendidos con la realidad construimos las creencias y las esperanzas, y vivimos de las cortezas a las que llamamos panes, como los niños pobres que juegan a ser felices.
Pero así es toda la vida; así, por lo menos, es ese sistema de vida particular al que, en general, se llama civilización. La civilización consiste en dar a algo un nombre que no le compete, y después soñar sobre el resultado. Y, realmente, el nombre falso y el sueño verdadero crean una nueva realidad. El objeto se vuelve realmente otro. Manufacturamos ideales. La materia prima sigue siendo la misma, pero la forma, que el arte le ha dado, la aleja de continuar siendo efectivamente la misma. Una mesa de pino es pino pero también es mesa. Nos sentamos a la mesa y no al pino. Un amor es un instinto sexual, pero no amamos con el instinto sexual, sino con la presuposición de otro sentimiento. Y esa presuposición es ya, en efecto, otro sentimiento.
No sé qué efecto sutil de luz, o ruido vago, o memoria de perfume o música, tañida por no sé qué influencia externa, me ha traído de repente, en pleno ir por la calle, estas divagaciones que anoto sin prisa, al sentarme en el café, distraídamente. No sé a dónde iba a conducir mis pensamientos, o dónde preferiría conducirlos.
El día es de una leve niebla húmeda y caliente, triste sin amenazas, monótono sin razón. Me duele un sentimiento que desconozco; me falta un argumento no sé sobre qué; no tengo deseo en los nervios. Estoy triste por debajo de la conciencia. Y escribo estas líneas, realmente mal anotadas, no para decir esto, ni para decir nada, sino para dar un trabajo a mi distracción.
Voy llenando lentamente, a trazos flojos de lápiz, el papel blanco de envolver los bocadillos que me han dado en el café. Porque no necesitaba un papel mejor y cualquiera servía, siempre que fuese blanco. Y me doy por satisfecho. Me reclino. La tarde cae monótona y sin lluvia, con un tono de luz desalentado e inseguro. Y dejo de escribir, sólo porque dejo de escribir.

Fernando Pessoa - Libro del desasosiego

6 comentarios:

  1. qué genialidad. no podés haber escrito eso.
    me duele un sentimiento que desconozco.
    abrazo grande. me encanta visitar aquí.

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    1. Es un genio Pessoa, pero hay que leerlo con cuidado, porque invita al suicidio :) (Y por ahora no es plan dejar de molestar por acá, todavía no...)
      "Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad.
      Hoy estoy lúcido, como si estuviese a punto de morir
      y no tuviese otra fraternidad con las cosas que una despedida"
      Algún día de estos lo subo completo...
      Gracias por la visita! Para la próxima avisame con tiempo y te espero con mate y bizcochitos :p

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  2. Que mal he sentido el desasociego del alma... no saber que esta mal, no poder nombrarlo como sintoma de no poder arreglarlo... no lo conocia lo voyb a investigar.

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