23 de junio de 2013

Horóscopo

Nada mejor que comenzar la semana con la guía de los astros….
Con mi signo acertó -Libra-… Necesito vitamina C… Jajaja!
Buena semana!!!

Leo Masliah

Aries
Este mes los astros no ejercerán ningún tipo de influencia sobre usted. Siéntase libre de hacer lo que quiera, y como quiera.

Tauro
Habrá importantes novedades en el amor, pero usted no estará al tanto de ellas. En todo caso, pregunte al diariero o a la señora de la panadería. Ellos podrán pasarle algún chisme.

Géminis
La lectura de un horóscopo tendencioso y redactado por astrólogos con poca experiencia y sin escrúpulos, le acarreará numerosas dificultades.

Cáncer
Estás demasiado receptivo en relación con los demás. Tu receptividad no se ajusta a la medida de la situación. No creas que te van a dar tanto.

Leo
Mercurio entra en un signo hostil. Evite mezclar amor con dinero, salvo, naturalmente, que ésa sea su forma de ganarse la vida.

Virgo
Se presentarán nuevos miembros en la familia, ya sea por nacimientos, casamientos, o simple generación espontánea de primos, tías o cuñados.

Libra
Se ha adentrado usted en un otoño benévolo al que seguirá un crudo invierno para el que conviene prepararse desde ya. Consuma vitamina C.

Sagitario
Usted vive en el hemisferio sur, y desde ahí no tiene posibilidades de ver la Osa Mayor, que es su constelación de la suerte. Venda todo y emigre, o cómprese un osito de peluche.

Escorpio
El tiempo no pasa para usted. Sus actividades son rutinarias y consisten en interminables ciclos monótonos y reiterativos. Si quiere saber más, consulte el horóscopo de la semana pasada o el de la anterior.

Capricornio
Si te cuidas adecuadamente y evitas los excesos tanto en la comida como en el sueño y en cualquier otra actividad física, tendrás una semana signada por un excelente estado de salud. Mucho mejor que el de la semana que viene.

Acuario
Alcanzará grandes metas, y cuando las haya alcanzado ya no sabrá qué hacer. Es una lástima que no haya pensado en esto antes.

Piscis
Se presentarán algunas dificultades económicas y para sobrellevarlas usted no tendrá más remedio que convertirse en informante de la policía. Sin embargo, no permita que su desesperación lo/a ponga en desventaja. No acepte ciegamente la primera oferta. La información que usted tiene es de gran importancia, así que… hágala valer.

Leo Masliah

21 de junio de 2013

Flores

Buen finde!!!... Especialmente para los que salieron como desesperados, y terminaron atascados en alguna ruta, con la excusa de ir a "descansar"... :p


"Vení a bailar en mis brazos que al fin
Es una fiesta la vida
Yo sé que a veces parece que no
Pero hay que honrar las heridas" 




Por si me marcho una noche
Y a modo de testamento
Les dejo cuatro palabras
Amor humor paz y tiempo
Y el canto que está en el alma
Que es todo lo que yo tengo

Vení llevame en tus brazos mi amor
Y recostame en el día
En el puertito del sur corazón
Donde empezaba mi vida

Cierro mis ojos para recordar
Abrazos de bienvenida
Llevo conmigo placer y dolor
Y un brindis por la alegría

Así que no cortes flores mi amor
Porque no vale la pena
Es una siembra la vida será
Lo que atrás van cosechando

Anduve calles y calles y esquinas
Metido en mi pensamiento
Tomé lo bueno y lo malo
Para soñar el momento
La noche me puso alas
Y regresé con el viento

Vení a bailar en mis brazos que al fin
Es una fiesta la vida
Yo sé que a veces parece que no
Pero hay que honrar las heridas

Así que no cortes flores mi amor
Porque no vale la pena
Es una siembra la vida será
Lo que atrás van cosechando

Flores - Pablo Routin


9 de junio de 2013

El hombre que confundió a su mujer con un sombrero


Oliver Sacks

El doctor P. era un músico distinguido, había sido famoso como cantante, y luego había pasado a ser profesor de la Escuela de Música local. Fue en ella, en relación con sus alumnos, donde empezaron a producirse ciertos extraños problemas. A veces un estudiante se presentaba al doctor P. y el doctor P. no lo reconocía; o, mejor, no identificaba su cara. En cuanto el estudiante hablaba, lo reconocía por la voz. Estos incidentes se multiplicaron, provocando situaciones embarazosas, perplejidad, miedo... y, a veces, situaciones cómicas. Porque el doctor P. no sólo fracasaba cada vez más en la tarea de identificar caras, sino que veía caras donde no las había: podía ponerse, afablemente, a lo Magoo, a dar palmaditas en la cabeza a las bocas de incendios y a los parquímetros, creyéndolos cabezas de niños; podía dirigirse cordialmente a las prominencias talladas del mobiliario y quedarse asombrado de que no contestasen. Al principio todos se habían tomado estos extraños errores como gracias o bromas, incluido el propio doctor P. ¿Acaso no había tenido siempre un sentido del humor un poco raro y cierta tendencia a bromas y paradojas tipo Zen? Sus facultades musicales seguían siendo tan asombrosas como siempre; no se sentía mal... nunca en su vida se había sentido mejor; y los errores eran tan ridículos (y tan ingeniosos) que difícilmente podían considerarse serios o presagio de algo serio. La idea de que hubiese «algo raro» no afloró hasta unos tres años después, cuando se le diagnosticó diabetes. Sabiendo muy bien que la diabetes le podía afectar a la vista, el doctor P. consultó a un oftalmólogo, que le hizo un cuidadoso historial clínico y un meticuloso examen de los ojos. «No tiene usted nada en la vista», le dijo. «Pero tiene usted problemas en las zonas visuales del cerebro. Yo no puedo ayudarle, ha de ver usted a un neurólogo.» Y así, como consecuencia de este consejo, el doctor P. acudió a mí.
Se hizo evidente a los pocos segundos de iniciar mi entrevista con él que no había rastro de demencia en el sentido ordinario del término. Era un hombre muy culto, simpático, hablaba bien, con fluidez, tenía imaginación, sentido del humor. Yo no acababa de entender por qué lo habían mandado a nuestra clínica.
-¿Y qué le pasa a usted? -le pregunté por fin.
-A mí me parece que nada -me contestó con una sonrisa- pero todos me dicen que me pasa algo raro en la vista.
-Pero usted no nota ningún problema en la vista.
-No, directamente no, pero a veces cometo errores.
Salí un momento del despacho para hablar con su esposa. Cuando volví, él estaba sentado junto a la ventana muy tranquilo, atento, escuchando más que mirando afuera.
-Tráfico -dijo- ruidos callejeros, trenes a lo lejos... componen como una sinfonía, ¿verdad, doctor? ¿Conoce usted Pacific 234 de Honegger?
Qué hombre tan encantador, pensé. ¿Cómo puede tener algo grave? ¿Me permitirá examinarle?
-Sí, claro, doctor Sacks.
Apacigüé mi inquietud, y creo que la suya, con la rutina tranquilizadora de un examen neurológico: potencia muscular, coordinación, reflejos, tono... Y cuando examinaba los reflejos (un poco anormales en el lado izquierdo) se produjo la primera experiencia extraña. Yo le había quitado el zapato izquierdo y le había rascado en la planta del pie con una llave (un test de reflejos frívolo en apariencia pero fundamental) y luego, excusándome para guardar el oftalmoscopio, lo dejé que se pusiera el zapato. Comprobé sorprendido al cabo de un minuto que no lo había hecho.
-¿Quiere que le ayude? -pregunté.
-¿Ayudarme a qué? ¿Ayudar a quién?
-Ayudarle a usted a ponerse el zapato.
-Ah, sí -dijo- se me había olvidado el zapato -y añadió, sotto voce-: ¿El zapato? ¿El zapato?
Parecía perplejo.
-El zapato -repetí-. Debería usted ponérselo.
Continuaba mirando hacia abajo, aunque no al zapato, con una concentración intensa pero impropia. Por último posó la mirada en su propio pie.
-¿Éste es mi zapato, verdad?
¿Había oído mal yo? ¿Había visto mal él?
-Es la vista -explicó, y dirigió la mano hacia el pie-. Éste es mi zapato, ¿verdad?
-No, no lo es. Ése es el pie. El zapato está ahí.
-¡Ah! Creí que era el pie.
¿Bromeaba? ¿Estaba loco? ¿Estaba ciego? Si aquél era uno de sus «extraños errores», era el error más extraño con que yo me había tropezado en mi vida.
Le ayudé a ponerse el zapato (el pie), para evitar más complicaciones. Él, por otra parte, estaba muy tranquilo, indiferente, hasta parecía haberle hecho gracia el incidente. Seguí con el examen. Tenía muy buena vista: veía perfectamente un alfiler puesto en el suelo, aunque a veces no lo localizaba si quedaba a su izquierda.
Veía perfectamente, pero ¿qué veía? Abrí un ejemplar de la revista National Geographic y le pedí que me describiese unas fotos.
Las respuestas fueron en este caso muy curiosas. Los ojos iban de una cosa a otra, captando pequeños detalles, rasgos aislados. Una claridad chocante, un color, una forma captaban su atención y provocaban comentarios... pero no percibió en ningún caso la escena en su conjunto. No era capaz de ver la totalidad, sólo veía detalles, que localizaba como señales en una pantalla de radar. Nunca establecía relación con la imagen como un todo... nunca abordaba, digamos, su fisonomía. Le era imposible captar un paisaje, una escena.
Le enseñé la portada de la revista, una extensión ininterrumpida de dunas del Sahara.
-¿Qué ve usted aquí? -le pregunté.
-Veo un río -dijo-. Y un parador pequeño con la terraza que da al río. Hay gente cenando en la terraza. Veo unas cuantas sombrillas de colores.
No miraba, si aquello era «mirar», la portada sino el vacío, y confabulaba rasgos inexistentes, como si la ausencia de rasgos diferenciados en la fotografía real le hubiese empujado a imaginar el río y la terraza y las sombrillas de colores.
Aunque yo debí poner mucha cara de horror, él parecía convencido de que lo había hecho muy aceptablemente. Hasta esbozó una sombra de sonrisa. Pareció también decidir que la visita había terminado y empezó a mirar en torno buscando el sombrero. Extendió la mano y agarró a su esposa por la cabeza intentando ponérsela. ¡Parecía haber confundido a su mujer con un sombrero! Ella daba la impresión de estar habituada a aquellos percances.

Oliver Sacks - El hombre que confundió a su mujer con un sombrero

1 de junio de 2013

De qué ateneos de sombra, de qué lejos, de qué extrarradio ciego me llegaste. A qué pálido otoño dan tus senos: quiero decir el tiempo, esta ciudad tan nuestra, todo lo que insistiendo, depurándote, ha perfilado en ti un cabello que es como el argumento de una tarde.
Quiero insistir en esto, los recuerdos, los amigos comunes, nombres solos, y saber por qué plazas madrileñas, por qué salas de cobre, por qué patios nos buscábamos y nos desencontrábamos, hasta que cantó el aire del viaje y en ciudades obscenas trasnochó ya tu voz como las aves.
En el perfil antiguo y tan sagrado, una risa de barrio, ese tono trivial, tu burla niña, los deletreados dientes de tu beso y ese dorado en motas que te ha quedado al paso. Por qué red de teléfonos y de sangre, por qué sueños, hasta quedar desnuda en mi tristeza.
Digo yo si la tarde o esta ropa, esta tan breve ropa en que te beso, donde tu cuerpo cupo siempre huyendo, y por qué carreteras hacia nada nos llevaba una prisa hacia el fracaso. Luego figuras agrias en el cielo, tus orejas de lámina vívida, y mi boca en tu cuello, abrevándote.
A qué otoño, repito, dan tus senos. A qué pálido tiempo de abundancias, y el dibujo incompleto de tu cuerpo, las piernas decididas como diosas, la soledad aguda de tus pies. Mira el sol en los libros, mira la negra máscara del mundo, estelas de un viaje que doran esta casa, y reina en el hastío y el perfume que para ti despliego como un día.
Amo lo que en ti suena a niña lista, eso que tienes de puñal cansado, cómo puedes herir, fumar, besarme, mientras un odio bello te decora. Y esta ropa tan breve, esta rapiña que perfuma mi sombra, huele a tiempo y me sabe a tu infancia mientras huyes desnuda, en tu traje de robo y de tabaco.

Francisco Umbral - Mis paraísos artificiales