Qué loco está el mundo… ¿Estaremos viviendo como el
protagonista de esta historia, y no nos damos cuenta? Matamos y luego ya no hay
remedio, no podemos reinventar lo que destruimos…. Las buenas intenciones,
también matan…
26 de noviembre de 2014
7 de noviembre de 2014
Vagos recuerdos
Encontré hace unos días, entre archivos perdidos de un disco
que tenía olvidado, varios cuentos de Fernando de Giovanni. No sé si existe la
categoría “inquietante” para la literatura, pero tuve la misma sensación que
hace años al volver a leer sus relatos, me provoca inquietud. Tal vez sea la inquietud de asomase al borde de ese precipicio que llamamos locura…
“El recuerdo las complica y las palabras se parecen casi
siempre a borrachos en la niebla”
Creo haber nacido en tierras de alguien a quien todos
llamaban el "Abuelo'' -o el Comandante- a mediados de otro siglo. De mis
primeros años en esas tierras me queda el recuerdo de un enorme galpón en el
que había un puñado de muchachos tan pequeños como yo. Peleábamos con los
perros los restos de comida que alguien arrojaba de tanto en tanto. Dormíamos
en el suelo lo más cerca posible de un fuego que parecía arder siempre.
Hasta este tiempo en que viven ustedes, no sabía por qué me
pasaban todas esas miserias. Después entendí que aquel que era yo, estaba
fabricando estos recuerdos. Que mis dolores, euforias y locuras me estaban
destinados. Hasta ese inexplicable juego, que llamábamos amor.
Cuando apagan las
luces y se marchan los visitantes hay una mujer que cierra mis ojos. No sé
quién es. Hay días en que trato de recordar el olor de la gasolina. Nadie sabe
ya qué fue del petróleo, del que tengo entendido, salía ese aroma que hacía
andar industrias, movía máquinas, y multiplicaba esos cubiles de chatarra que
llamábamos automóviles. En uno de esos vehículos salí del campo del abuelo. Vi
entonces, luchando contra el mareo que me provocaban los olores y la velocidad,
enormes extensiones de tierra, salpicada de vacas. Después paredes, inmensas
paredes sobre las que se desplomaba un gris profundo. Todo el gris que puede
ponerse sobre las cosas para descartar cualquier forma de felicidad. Por
absurdo que les parezca, yo suponía entonces que aquello tenía cierta
hermosura.
Vagabundeé por esos paisajes que llamaré “ciudad”. Allí anduve con
bandoleros, cartógrafos, custodios, marinos, presidentes, presidiarios,
caminantes, enanos y vendedores. Sobre todo vendedores. Y también mujeres. Esa
palabra que endulzaba la boca. Las veía bajo las arcadas de las recovas
rodeadas de esos objetos de entonces: muebles, estampillas, baldes, macetas,
filigranas, herramientas de uso desconocido, sifones y bicicletas. Detrás de
cada una de esas cosas, había siempre una mujer.
El recuerdo las complica y las palabras se parecen casi
siempre a borrachos en la niebla.
Vuelvo a la recova y a sus escaleras que conducían a ninguna
parte. Un laberinto de pasillos y puertas entreabiertas que daban a otra
escalera con media docena de escalones ausentes, o a una habitación desnuda en
la que aún flotaba el último gesto de una estrangulada. Una vez encontré a una
muchacha que habían encadenado a la pata de una cama. Jugaba a tejer y a destejer
una capa con un único ovillo de lana. Nos sentábamos al borde de la cama y
hablábamos, no sé de qué cosas. Nunca pude liberarla de sus cadenas ni supe
quién la tenía prisionera. A cierta hora ovillaba prolijamente la lana que
había usado, atravesaba las agujas por el centro del ovillo y yo sabía que
debía marcharme. Yo le decía novia y ella sonreía, o lloraba. Un bombardeo o
una demolición -los resultados eran parecidos- borró la recova y a la muchacha.
Reemplazaron las antiguas casas con esas ágiles y efímeras avenidas que
enorgullecían a los constructores de esa época. Cuando murieron los
automóviles, las avenidas quedaron tiradas sobre la tierra, como serpentinas de
un carnaval de locos.
Vagos recuerdos (Fragmentos) – Fernando de Giovanni
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