Me llegó por correo, en una lista de lecturas sugeridas.
Me gustó mucho. [Reseña]
No es amor lo que se pide. Son muchas cosas pequeñas y sin
descanso. Una tras otra. No sé por qué lo llaman amor. No sé por qué no lo
llaman muchas cosas pequeñas y sin descanso. Creo que podría ajustar mi vida a
ello. ¡Se ha acabado el queso rallado!, descubro el paquete vacío. Me alarmo.
Pero hay queso en la despensa y un rallador en el armario y he perdido la
costumbre de aunarlos. Hoy me he levantado a las seis, he planchado, he enviado
dos correos y he contemplado a mis hijos mientras dormían. Aunque no me
reclamaban, les he arrancado la sábana y los he despertado. Porque a veces,
también es lo que no se pide. Sobre todo, lo que no se pide. No sé por qué no
lo llaman muchas cosas pequeñas y sin descanso y también lo que no se pide. El
verbo dar. Un estadio primitivo. Ni siquiera precursor del trueque. Sacarse una
muela y que consista en entregar una muela. Sacarse un hijo y que consista en
entregar un hijo. La entrega. Una mujer que se llama Marisa y que llama Marisa
a su taza. Marisa, al aparador. Marisa, a su calle y a su coche. ¿Marisa Marisa?, pregunta a los vecinos. Los vecinos le sonríen como si fuera estúpida.
No se dan cuenta de que hablen de lo que hablen, también ellos están siempre
hablando de ellos.
Y sin embargo, no basta la entrega.
No basta la empatía.
La simbiosis.
La historia de ese hombre gordo que se rodeó de cosas
enormes para atenuar su gordura. Cosas voluminosas. Palacios. Balaustradas de
caoba. Mil hectáreas de terreno. Todos sus criados eran gordos. Todos sus
consejeros. Comía mucho. Codornices en el desayuno. El zumo de cien melones. Un
día, un hombre flaco se internó por descuido en su bosque. Traía las costillas
esculpidas. Bayas y arándanos. Las manos llenas de diminutas moras. Hacía tiempo
que el hombre gordo no veía a nadie tan escuálido.
- ¿Tienes hambre?, le preguntó.
- No es el hambre lo que me mueve, Señor -contestó el hombre
flaco- Podría comer corzos y jabalíes. Soy un buen cazador. Pero sólo robo
frutos pequeños para atenuar mi delgadez. Y se alejó con su corona de mosquitos. Porque no basta
disponer de un bosque, de mosquitos o de un calendario laboral al que adaptarse.
No sé por qué no lo llaman muchas cosas pequeñas y sin descanso y también lo
que no se pide; nunca un bosque ni mosquitos; tampoco un calendario laboral al
que adaptarse.
¿Sabes qué ha sucedido? Que no había queso rallado, que los
niños dormían y que tú no estabas. Que quise ponerme el vestido de seda y que
ya no había vestido; que al retirar la funda, encontré mil larvas adheridas a
la percha; los botones por el suelo como ojos de plástico. Podría hervir los
capullos e hilar de nuevo el tejido. Podría haberme preparado una infusión de
pomelo y larvas. Pero me he asustado y he cerrado la puerta de golpe.
Sigo aquí. Sentada. Quieta mientras las vainas crepitan.
Sigo aquí. Sentada. Quieta mientras las vainas crepitan.
Casi tan salvaje - Isabel González
Dan, desde el año pasado que no pasaba por acá :P (Habilita a 19 de enero, este chsiteee?? jajaja)
ResponderEliminar¡Buenísimo el fragmento! Por suerte, están los que saben expresar con simpleza grandes sensaciones.