Ayer terminé de leer “El cantor de tango” de Tomás Eloy Martínez. Por algún motivo que desconozco, hay libros que me obligan a leer con desesperación; puedo dejar de comer y de dormir si es necesario, con tal de acabar una historia. Pero hay libros que necesitan tiempo, que imponen pausas, que invitan a ser digeridos lentamente. Y ese fue el caso de “El cantor de tango”; me llevó más de un mes terminar de leerlo, de disfrutarlo, de deshojarlo. La historia transcurre en Buenos Aires, desde la mirada de un extranjero que llega a la ciudad, en busca de un mítico cantor de tangos. Un cantor que tal vez existió -o existe- pero que se ha perdido en el laberinto de una ciudad abrumadora. Y es ella, la ciudad, la protagonista de la historia…
Hoy caminaba por la Avenida Rivadavia, una madre se detuvo y señaló hacia arriba, le dijo a sus dos hijos pequeños: - ¡Miren que linda luna! Levanté la vista y una media luna perfecta -enorme- se dejaba ver entre los edificios, como pintada sobre el cielo del atardecer. A veinte metros de distancia dos policías intentaban resucitar a un hombre que había sufrido un infarto, los labios morados, la mirada ausente de un cadáver. Seguí caminando con un nudo en la garganta. Otra vez la ciudad la protagonista de la historia….
"Habría querido decirle a mi amigo que, como extraños a Buenos Aires, él y yo éramos quizá más sensibles que los nativos a su hermosura. La ciudad había sido erigida en el confín de una llanura sin matices, entre pajonales inservibles tanto para la alimentación como para la cestería, a orillas de un río cuya única gracia es su anchura descomunal. Aunque Borges trató de atribuirle un pasado, el que ahora tiene es también liso, sin otros hechos heroicos que los improvisados por sus poetas y pintores, y cada vez que uno toma en las manos cualquier fragmento de pasado, lo ve disolverse en un monótono presente. Siempre fue una ciudad en que abundaban los pobres y se debía caminar a saltos para esquivar las cagadas de perros. Su única belleza es la que le atribuye la imaginación humana. No está rodeada por el mar y las colinas, como Hong Kong y Nagasaki, ni la atraviesa una corriente por la que han navegado siglos de civilización, como Londres, París y Viena. Ningún viajero llega a Buenos Aires porque está de paso en el camino hacia otra parte. Más allá de la ciudad no hay otra parte: a los espacios de nada que se abren al sur ya los llamaban, en los mapas del siglo XVI, Tierra del Mar Incógnito, Tierra del Círculo y Tierra de los Gigantes, que eran los nombres alegóricos de la inexistencia. Sólo una ciudad que ha renegado tanto de la belleza puede tener, aún en la adversidad, una belleza tan sobrecogedora."
Lo leí!Muy buenoo.Es genial la intertextualidad con los temas clásicos de Borges en el marco de esa Buenos Aires mítica que se contradice con la que recorre Bruno Cadogan en 2001.Me encantó salpicar la lectura con por ejemplo "El Aleph" o "Los espejos" y necesité recorrer(más allá del pensamiento) los lugares que el protagonista transitaba para tal vez escuchar el eco olvidado -o inventado- de Martel !!!
ResponderEliminar(Debo confesar que recién levanté la vista y vi en la biblioteca el lomo del libro, y ahora que lo abrí "al tún tún" me encontré con esta frase subrayada: "La lengua de Buenos Aires se desplazaba tan rápido que primero aparecían las palabras y después llegaba la realidad, y las palabras seguían cuando la realidad ya se había marchado.")
Gracias por el recuerdo!!! Un besoo!
Tendrías que haberme visto a mí -mientras leía la primera parte del libro- buscando algún tango cantado por Martel en Youtube. Jajaja! Todavía tengo la esperanza de escucharlo cantar en alguna parte :P
ResponderEliminarGracias a vos por tu comentario! Beso!
Esto de no tener internet, me hace perder cosas lindas. No estará rodeada por el mar ni las colinas, pero, a mí, con el tango me alcanza.
ResponderEliminarQué bueno leerte de nuevo.
Gracias Mar :):):)
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