No diré que tu frente es de diamante
ni tus labios dos límpidos rubíes
ni los dientes que muestras cuando ríes
dos hileras de perlas de Levante...
No diré que fulgura rutilante
el zafir de tus ojos si sonríes
ni que es oro el cabello con que engríes
el alabastro de tu tez fragante...
No lo diré jamás; porque yo quiero
que sepas que soy bardo y no joyero;
y que sepas también para tu gloria
que pesado tu ser en santa calma
prefiero a tu belleza transitoria
la suprema belleza de tu alma.
Aquí un fragmento de una entrevista de Hernán Casciari, a este incomparable escritor argentino:
… Me repitió, sin vergüenza, lo que no se cansaba de decir a todo cristo desde hacía ya mucho tiempo: que quería ser el único escritor del mundo en vivir tres siglos:
-Nací en el diecinueve -enumera- estamos en el veinte, y no tengo interés en morirme hasta el ventiuno.
Deseé con todas las fuerzas de mi alma que pudiese conseguirlo, y se lo dije. Envalentonado (porque el tema lo había sacado él) me animé a preguntarle entonces por el truco. Cómo era capaz de vivir tanto y tener, además, las ilusiones intactas.
Entonces se levantó. No le costaba caminar, pero sí incorporarse. Y volvió con un álbum y un periódico. Buscó una foto en el álbum y me la mostró. Era, me dijo, un daguerrotipo, la prehistoria de las fotografías. Vi a unos quince o veinte escolares de seis o siete años, posando en la escuela rural General Belgrano.
-¿Usted podría adivinar cuál soy yo? Me reta.
Hice dos intentos fallidos, señalando cabezas de niños idénticos, mientras él me miraba con picardía y negaba. Me rendí. Entonces, sin señalar a ninguno, me dio una pista muy fácil:
-Si se fija bien, uno solo de estos querubes está sonriendo. Era verdad: había un niño, un poco cabezón, a la izquierda de la imagen, que miraba la cámara con alegría; los demás, en cambio, parecían espantados.
-Ahora mire esta otra foto, me dice, y me muestra una página cultural de “La Voz del Interior” con fecha reciente. Estaba él, Don Juan, junto a tres o cuatro viejas decrépitas, el Gobernador Angeloz y un poeta de Buenos Aires de apellido Redondo, en un homenaje que le hacían por su centenario, en la Gobernación.
-Esta es la última foto que me han hecho hasta el momento -y se señala con el dedo en el papel prensa-. ¿Ve? También soy el único que está sonriendo, mezclado entre toda esa gente tan triste. Yo siempre soy el que se ríe en medio de la solemnidad… Ahí lo tiene, al truco…
Hernán Casciari - Lado B: Canciones lentas
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